
Por Oscar Domínguez G.
Me habría gustado cargarles la maleta a cada uno de los asistentes al 35º Encuentro Nacional de la Red de Bibliotecas de Cajas de Compensación Familiar que deliberó en Medellín. Mi mayor cercanía es con quienes deliberaron en la sede de Comfama en Aranjuez porque en ese barrio tuve el primer encuentro con una biblioteca rodante.
Nosotros no íbamos a la montaña, la montaña de libros venía a nosotros. Los libros de la Biblioteca Pública Piloto nos interrumpían quincenalmente la liturgia del fútbol que oficiábamos en plena calle. La señorita Esilda nos había familiarizado con las 30 letras que entonces tenía el alfabeto. La alegría de leer llegó por añadidura.
En carros que recordaban los de las películas de bandidos (como el de la selfi) llegaba esas sopas de letras que son los libros. Nos llevaban las ficciones y volvían por ellas. ¿Es mucho pedir que se repita ese ritual? Sería una patadita de la buena suerte en los cuartos traseros de la Inteligencia Artificial y demás engendros.
Aunque la sugerencia de la estrella de ese encuentro, la licenciada y antropóloga Karla Paniagua, es que no hay que temerles a las nuevas herramientas: suficiente ponerlas a nuestro servicio.
Mi primer trabajo no remunerado fue el de barrendero de la biblioteca de mi colegio. Revisando mi prontuario descubrí que les he respirado en la nuca a tres directores de bibliotecas a los que con gusto les habría hecho el cajón.
Escolté al exdirector de la Biblioteca de Buenos Aires, un tal Borges, entre el Palacio de San Carlos, sede presidencial en tiempos de Turbay Ayala, y la casona del Caro y Cuervo. Estuve atento a ver si se la caía el borrador de algún soneto para recogerlo y salir disparado cual raponero.
Conocí y entrevisté en su momento al director de la Biblioteca Luis Ángel Arango, Jorge Orlando Melo. Le comenté que uno de mis primeros libros leídos fue “Genoveva de Brabante”, que les inspiró a mis abuelos la gracia (nombre) para la madre de este aplastateclas. El historiador Melo me buscó la novela de Cristóbal Schmid que volví a leer 60 años después. Disfruté tanto la relectura que si me encuentro a Melo le gasto almuerzo de camionero.
He sido afortunado con las Glorias. Así se llamaba mi primer amor, una pecosa de diez años, también del barrio Aranjuez. Gloria se “intitula” la mujer de mis insomnios. Y Gloria Inés Palomino, cuando era directora de la Biblioteca Pública Piloto, reeditó un libro mío. Gracias, bibliotecarios, por los favores recibidos.

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