19 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

La maldad política

Por Darío Ruiz Gómez

Me contaba una maestra que los más depravados sicarios en las Comunas, psicópatas que no podían irse a dormir sin haber matado a alguien, sus compañeros los llevaban sin que se dieran cuenta y una vez traspasada una frontera invisible lo abandonaban para que otros lo eliminaran. Cuando vemos a un grupo de desalmados disfrazados de estudiantes intentando quemar una clínica renal con sesenta pacientes dentro, seguir atacando ambulancias, buses con pasajeros dentro, derribando sistemáticamente semáforos, entendemos  que lo que el petrismo ha calificado como “toma permanente de las calles” en su intento  fascista de llegar al poder, ya desbordó cualquier previsión al respecto y lo que en principio tildamos de protesta justa, ha dejado de ser una reacción política para inscribirse dentro de una patología social en la cual quien comenzó  protestando terminó por ser un enajenado (a)  devorado por una espiral de frenética violencia que ha terminado por transformarlo (a) en muchos casos en un(a) psicópata peligroso (a), ávido(a) de destruir por destruir y finalmente arrastrado por quienes sus jefes políticos, sin escrúpulo alguno, convirtieron en sus compañeros de fechorías, esa delincuencia sacada de las cloacas, experimentada en hacer daño a la ciudadanía y a los cuales se les ha otorgado un espacio urbano carente de sanciones penales. “La maldad política – regresamos a citar al indispensable pensador que es Alan Wolfe- hace referencia a la muerte, destrucción y sufrimientos intencionados, malévolos, gratuitos, inflingidos a personas inocentes por los líderes de movimientos y Estados en su esfuerzo por conseguir objetivos realizables”.  

¿En qué andará nuestra justicia para establecer a tiempo la necesaria diferencia jurídica entre activismo político y terrorismo? ¿Para determinar en qué momento la maldad política convierte al militante, al estudiante, al profesor, al sacerdote o la monja, al pastor en un asesino (a) despiadado (a) a nombre de una supuesta causa política? ¿Cómo evitar que el extremismo se convierta en maldad política y que hasta el más desprevenido ciudadano(a) se pueda un día convertir en un (a) terrorista?  

Alan Wolfe aclara que el mal es abstracto –y diríamos nosotros que de esta concepción nacen importantes textos filosóficos- pero “es hora de hablar del mal en general y concentrarnos, por el contrario en la maldad política en particular” ya que lo propio de la maldad política, opino yo, consiste en la manera en que mediante leyes y normas amañadas a sus intereses; que fue lo que hizo Enrique Santiago y el santismo, mediante la destrucción de la opinión pública, de la utilización de los llamados escándalos mediáticos para desacreditar a las Fuerzas Armadas, han destruido la estructura fundamental de una sociedad, la de sus valores morales.  

¿Una Comisión de la Verdad capaz de “fundamentar” la libertad de Santrich, o, de hacer un show sentando a los autores de mayúsculos crímenes de guerra al lado de algunas de sus víctimas? Precisamente refiriéndose a este iluminado texto de Alan Wolfe, nos recuerda Michael Ignatieff que “La precisión moral es una precondición para la precisión política. Nada se gana y mucho se pierde si tratando de movilizar la opinión pública para detener una masacre, la llamamos genocidio. La magnitud del ultraje se degrada. La próxima vez cuando digamos que viene el lobo nadie nos creerá”. 

Cegados por la constante emisión de fake news por parte de los grandes medios de mentiras que nos pretenden conducir a una indiferencia cómplice, ¿cómo tratar de definir esta maldad en nuestro caso? ¿Grandes empresarios en los capitales provenientes del secuestro, el narcotráfico, el contrabando?  

La Postguerra va desvelando lo que la ideología había ocultado: la sin medida violencia contra la ciudadanía carente de respuestas proporcionales por parte de la justicia. Los llamados medios de comunicación, sustituidos por las redes tratan de recetear la desacreditada retórica del “Acuerdo de Paz” Y es aquí donde el ciudadano mira asombrado como no es la política la que ha estado mediatizando los hechos sociales sino la maldad política que oculta el rostro de los grandes responsables de una tragedia anunciada. Porque es terrorista no sólo quien pone bombas sino quienes auspician y protegen a los terroristas con sus escritos y comunicados de apoyo.  

P.D “La maldad en la política” de Alan Wolfe se consigue en PDF.