20 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

La insistencia en modelos educativos disruptivos frente al actual arcaico y deshumanizador 

Por Enrique E. Batista J., Ph. D. 

https://paideianueva.blogspot.com/

Lo ha proclamado Johannes Perogrullo, y reiterado con abundante frecuencia por John Nabisco, que: «En una escuela para la repetición de información no puede alcanzarse una sólida formación en el pensamiento científico, en la innovación y tampoco en la creatividad de los alumnos». No cabe la contradicción de que una escuela que en sí misma no innova pueda formar en el pensamiento innovador, en la actitud científica, en el pensamiento divergente, en la valoración objetiva de hechos y opiniones y en la capacidad de formular hipótesis fundadas. Investigar es indagar, innovar, crear y transformar; es utilizar la inteligencia humana para comprender el mundo en sus complejidades. Investigar para crear implica, por connatural razón, aceptar la ausencia de conocimiento pleno de los fenómenos de la naturaleza social, física y humana, así como la formulación, con base en conocimientos fundados, de hipótesis que ayuden a fijar un camino metodológico de cimiento científico para comprender los fenómenos en el largo camino para ser explicados en su integridad.  

Como consecuencia, muchos países están en la cola de la producción científica mundial de patentes, registro de diseños industriales y productos de marcas registradas. En efecto, para el 2021 los porcentajes fueron así: IBM 8540, Samsung 2517 y LG 4388. En Colombia, entre 2018 y 2021, se radicaron 503 solicitudes de registro de patentes; en pocas palabras, una patente por cada 78 de IBM. (https://rb.gy/fgs9nf).  En el ámbito el global, los tres primeros países, en 2021, fueron China (1.542.002 patentes), Estados Unidos (597141) y Japón (313.567).  (https://rb.gy/nplj3f). 

La formación para la repetición ahuyenta y desecha la muy abundante inteligencia de los alumnos y anula sus procesos creativos.  Ocurre que se tiene una regla no escrita en las escuelas, pero labrada en duro granito en mentes de muy poca profundidad, con la cual se suprimen los gérmenes de inteligencia creativa. Con predecible frecuencia ocurre que la brillantez de los alumnos que desafía la pasividad en las escuelas es tildada como acto de indisciplina, de rebeldía sin causa, o de desafío a las autoridades escolares y al conjunto de normas que alcanzan la condición de abominables. 

La conocida frase «Mami y por qué», es la expresión de los niños, desde la más tierna edad, que señala el comienzo y aprestamiento para comprender el mundo en el que viven; es la semilla de la actitud indagadora hacia el conocimiento pleno, hacia la búsqueda de explicaciones fundadas, lo que demuestra que la comprensión del mundo empieza con esa inquisidora, profunda y nada inocente pregunta, las mismas que seguramente el científico, el creador y el innovador las formulan en sus indagaciones.  Y, por qué, para seguir preguntando, la escuela se autoinunda de inútiles requisitos. Y, por qué ha construido y consentido una autoimagen que la lleva inexorablemente a la supuesta certificación de logros centrada en exámenes y en calificaciones, cuyos números se llevan a expedientes académicos que no dicen mucho, o dicen nada a quien pueda atreverse a leerlos.  Esa autoimagen, con insólita aceptación, creada y perpetuada para una escuela con el rumbo extraviado, en oscuros historiales pasados, sirve para inmortalizar su inutilidad, muchas veces respaldada en las calificaciones y en las muy inútiles pruebas estandarizadas que se aplican a alumnos en distintos momentos de su formación escolar. 

La encendida lámpara de Diógenes para encontrar a los alumnos sabios, creadores e innovadores, es apagada por la «inspección y vigilancia», que así se llama el proceso de destrucción de la autonomía escolar, del desarrollo de las actitudes inquisitivas y, a la larga, del pensamiento creativo y de la inteligencia divergente. Pensar, para crear e innovar, tiende a convertirse en un procedimiento oculto, lleno de la rebeldía de mentes, que desbordan con su inmenso poder los obstáculos que le dicen: «No piense, no actúes,  no creas en poder crear, no transformes, no inventes, no hables, solo escucha y copia», y otro conjunto de noes que se consideran los mandamientos escolares que deben cumplirse, so pena de escarnio y de sanciones pensadas precisamente para evitar que se manifieste a plenitud la inteligencia de cada uno. 

Así, no ha habido, no hay y no habrá en nuestra sociedad conocimiento científico, desarrollos tecnológicos de avanzada y otras formas diversas de creatividad, a menos que haya una ruptura definitiva con semejantes ataduras y se libre el pensamiento inteligente de las trabazones que impone el modelo educativo alienante y anulador. Librar a los alumnos de dicho modelo es un acto de liberación cognitiva y afectiva necesaria para que tengamos desarrollos científicos, tecnológicos, y otras formas de creación, en abundancia. 

Tal ruptura va más allá de los muy abundantes confusos y subyugantes decretos reglamentarios, con los se continúa reglamentando el pasado, negando la inserción de generaciones de jóvenes en un futuro próspero, y condenando a nuestros estudiantes a un aprendizaje de contenidos inútiles. Así mismo, se resaltan aquellos que deciden abandonar la inútil e insatisfactoria escuela, porque no toleran la rigidez del modelo vigente, las estrategias de enseñanza para un aprendizaje pasivo, y el anulador control de la autonomía, cognitiva y moral que tienen, por el simple hecho de ser humanos. Es el modelo que admite estudiantes por una puerta y, sin asomo alguno de vergüenza, los expulsa sin piedad por la otra. 

Se precisa de nuevos modelos educativos que integren áreas de formación, que garanticen una educación equitativa, incluyente y de calidad para todos, que incluya a las mujeres en la formación para los campos laborales en ciencias, tecnologías y artes propios de los muy diversos avances en ciencias, tecnología y cultura. Escuelas con proyectos formativos que no desvirtúen su fin esencial de formación para el bien común, el cuidado de la naturaleza y un progreso colectivo pródigo y solidario, que también rehúse cualquier intento de centrar las metas formativas en la preparación para un examen estandarizado nacional o internacional. 

Los modelos educativos disruptivos ponen énfasis en las habilidades socioemocionales, porque son el centro de la formación humana, modelos que no se focalizan en evaluar para calificar, sino que forman para: emprendimientos colectivos de aprendizaje; la validación social de los conocimientos; creación y participación en redes científicas o de innovación; aprendizaje en «maker spaces», participación en «boot camps»,  «hackatons», ferias, exposición de ciencias  tecnologías y talleres con retos formulados y salidas a los múltiples intereses y habilidades específicas. Esos modelos disruptivos ponen énfasis también en el arte y cultura digital, la ética, la formación en la ciudadanía para una vida democrática y en la valía de las diversas manifestaciones de los diferentes grupos sociales. Se privilegia la alegría de aprender, contrario a muy ácida semilla que, desde preescolar, se siembra regada por el temor perenne a fracasar por medio de los amenazantes procesos de examinación y calificación. 

La disrupción frente al modelo educativo tradicional, implica habitabilidad óptima de los espacios escolares, con ambientes interactivos de aprendizaje más allá del aula, con espacios de garantizada importancia para la formación ciudadana y ética. Otro pilar fundamental frente a la disrupción es la existencia de políticas públicas estatales que favorezcan la creación y la innovación y se supere, el modo de gestión de la educación concebido, desde una perspectiva enteramente burocrática, como inmodificable y eternamente válido  

Bajo las conocidas leyes del aprendizaje escolar, validadas desde las neurociencias, todos aprenden, todos pueden crear e innovar; el aprendizaje es personalizado, colaborativo y solidario. Los modelos educativos disruptivos requieren de maestros formados para romper con las limitaciones que en sus procesos creativos imponen las normas que burocratizan la enseñanza y el aprendizaje; maestros, a su vez, dispuestos ellos mismos a innovar en sus estrategias pedagógicas.