20 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

La infantilización de la revolución

Dario Ruiz

Por Darío Ruiz Gómez 

El primer balance que nos dejan las marchas y el vandalismo, la manipulación de ciertos grupos indígenas y sobre todo de los jóvenes es muy claro: su respuesta fue más emotiva que racional ya que no estuvo presidida de lo que hace alguna década llamaban los teóricos de izquierda “el marco teórico” para iniciar un movimiento de protesta.  

Con burdos eslóganes como “El Estado es culpable de todo”, “Educación universitaria gratuita”, “Empleo asegurado”, y “Patria unida jamás será vencida”, descubrimos que su proyecto político se quedó detenido en lo que se llamó cultura política de sobaco, o sea que su incapacidad mental para renovarse había sido encubierta rápidamente con la adopción de un feroz fanatismo clase media.  

Ya desde esta desconección con la realidad del país la idea inicial de “revolución” fue suplantada por un fanatismo que señala y condena al enemigo (a) y por lo tanto descartaron rápidamente los riesgos que un debate democrático podría traerles. Curiosamente el mismo Lenin había señalado que el fanatismo era la edad infantil de la izquierda, y Marx condenó abiertamente el aventurerismo de la llamada clase estudiantil queriendo tomar decisiones por encima de la clase obrera.  

¿A qué nos referimos cuando hablamos de “la juventud” de “los jóvenes” y queremos sacar de esas abstracciones publicitarias a unos supuestos interlocutores (as) presumiblemente portadores (as) de “nuevos valores morales” sobre la convivencia, sobre la infancia, sobre los abandonados o sobre la nueva economía, la dinámica del trabajo, la transformación inevitable de la vida campesina? 

¿Dónde están sus propuestas? Quienes han venido marchando no son jóvenes campesinos, o las comunidades culturales reacias a la manipulación política de dirigentes sindicales de baja estofa manipulados a su vez por las organizaciones criminales. No reconocer que silenciosamente se han venido dando en el país grandes conquistas de género, sociales, agrarias, religiosas que han sido la conquista de distintas comunidades y colectivos que para sus logros no necesitaron recurrir a algo tan desueto como “la lucha  armada” es demostrar no solo incapacidad crítica sino negarse a aceptar lo que  en el panorama mundial acertadamente se califica como “la definitiva crisis de los Partidos de Izquierda”. 

La reacción emotivista manipula y hace cómplices del terrorismo a quienes marchan sin saber por qué, coloca una mordaza a los llamados intelectuales a su servicio y destruye la necesaria tarea de la razón. 

¿Qué diferencia hay entre nuestras llamadas Primeras Líneas y las “Boinas Negras” de la dictadura cubana? Esto es lo que se llama “peterpanización” o sea el pretender quedarse deliberadamente en una edad infantil con tal de no asumir las responsabilidades que la realidad nos exige y que son cada vez más complejas: los eternos niños grandes como Gustavo Bolívar, como Antonio Sanguino que pueden hacer y decir lo que les venga en gana porque “todo está permitido”.   

Ya Robert Hughes en un texto al cual he acudido muchas veces, “La cultura de la queja”, lo había señalado al referirse a las revueltas norteamericanas: “Acabamos por crear una infantilizada cultura de la queja en la que papaíto siempre tiene la culpa y en la que la expansión de los derechos se realiza sin la contrapartida de la otra mitad de lo que constituye la condición de ciudadano: la aceptación de los deberes y obligaciones”. “No se condena, recuerda sobre ellos Félix Ovejero, “desde otros valores, sino desde ninguna parte, desde la negación de cualquier principio normativo”. Una perversa estrategia de los agitadores para demostrar la supuesta incapacidad de los indígenas para acceder a la madurez de un ciudadano consistió en degradarlos mediante el alcohol o como lo hacen hoy algunos populistas, al convertirlos en comparsas de supuestas Mingas a través del país, haciéndoles perder su identidad, desubicándolos para siempre, infantilizándolos.  

Ante la crisis y deriva de esta pintoresca “izquierda” colombiana, ¿qué renovado marxismo leninismo nos han dado el filósofo Iván Cepeda o el relacionista social Hollman Morris o Wilson Arias o alguno de los historiadores de “la lucha de clases en Suba”?  

Una izquierda que se negó a la renovación de sus cuadros y envejeció calentando banca en el Congreso o la Cámara, revolucionarios de ayer y de anteayer  que se caen de pura ignorancia y su única resistencia  ha sido la de beneficiarse de las prebendas que se les concede como falsas minorías sin pronunciarse nunca contra una violencia de delincuentes rasos, ante un anarquismo de alcantarilla que actúa en contra de la clase trabajadora.  

Un amigo parodiando a Lenin decía “¿Qué hacer” con gente que no ha hecho nada?