18 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

La ignominia presente en Colombia

Por Claudia Posada

Les echaron tierra a sus maldades más crueles, sin pensar en que tal vez es cierto que “entre cielo y tierra no hay nada oculto”; así que por más que se insista en la tergiversación de esa realidad, ya es inocultable la miseria humana que brota al remover sospechas.

Es infinita la grandeza del amor de madre cuando supera el llanto de diez o quince años en la incertidumbre, buscando, arriesgando, preguntando, envejeciendo prematuramente porque el cuerpo desfallece, pero el alma sigue vital en el dolor que, aunque profundo, no doblega.

Por defender el nombre de quienes fueron llevados con engaños al cadalso, no hay marchas populosas que reclamen esas vidas; más bien pronunciamientos que se elevan como columnas de humo desdibujando la verdad, esas son afrentas que humillan sin piedad.

Tenemos derecho a reclamar por los “no nacidos”, pero olvidamos preguntar y marchar por los que nacieron, vivieron y desaparecieron dejando a sus seres queridos sumidos en el inmensurable sufrimiento que se intensifica en aquellos momentos del desasosiego que no encuentra solidaridad para mitigar las penas.

¿Recuperará Colombia algún día los sentimientos perdidos en el afán de poder, en las ansias de riqueza, en la codicia, y en los apetitos de superioridad y distinciones?

En todas las capas de nuestra sociedad, por una u otra razón se alteró el principio del respeto por la vida dando cabida a las vilezas de todo tamaño.

En la oscuridad de la bajeza y las indecencias, se ocultan prácticas non santas que empiezan, muchas veces, con aparentes pequeñeces; mañas deshonrosas que no se dimensionan, o quizás, erróneamente, se justifican en la certeza de que van a parar ahí.

Capotear situaciones de supuesta poca monta, generalmente resulta insostenible, entonces, las agallas crecen en esa falsa valentía que no es nada distinto a la pérdida de rectitud.

Colombia no va a recuperar el alma noble de un Estado protegido y protector, mientras la   institucionalidad no esté soportada en valores inviolables a la luz de una estructura férrea, capaz de privilegiar el bienestar comunitario, por encima de acciones que deben ser castigadas sin consideraciones encubridoras.

Con respecto a la perversa cultura de la maldad que crece aterradoramente en nuestro medio, se debe trabajar para el fomento y estímulo de las condiciones que caracterizan la idiosincrasia de la probidad, para propagarla de todas las formas posibles en espacios, entornos y escenarios públicos y privados.

Necesitamos con urgencia recuperar particularidades que podrían resumirse así: Institucionalidad limpia, auténtica democracia ciudadana, formación íntegra, hogares enmarcados en el respeto mutuo para dar y recibir amor lejos de la permisividad que se da entre compinches -no entre familias sanas- y el respeto por la naturaleza con todo y sus seres vivos.

Tenemos en Colombia líderes sociales, cívicos, comunitarios e institucionales con méritos tan valiosos que deberían ser exaltados como ejemplo para estas y futuras generaciones; sin embargo, en vez de reconocerles públicamente su apreciable vivir y su entrega desinteresada a los demás, terminan siendo asesinados y enterrados con todo y sus luchas generosas.

Estos buenos colombianos, al igual que las mujeres que pasan años cargando sus penas, burladas, y hasta atropelladas en su dignidad y dolor, se hizo presente en Colombia la ignominia hasta extremos vergonzosos.

Gente buena es ignorada por la sociedad que, en cambio, ocupa tiempo y gestión en rendir honores a quienes, con aciertos reales o no, simplemente están haciendo lo que les toca y por lo que les pagan.

Las distinciones deberían ser exclusivamente para todo ciudadano de bien, sin duda alguna, que va más allá de responder a las tareas que le corresponden en razón de su trabajo.

Colombia será un país noble cuando dé el máximo reconocimiento a las víctimas de la degradante maldad que nos agobia, y a los generosos de corazón.

Los homenajes baladíes dan grima por inmerecidos. Los reconocimientos meritorios escasean y son poco divulgados, ¡qué pesar! No cuentan con “comité de aplausos” que los lleven a los medios tradicionales, ni con redes sociales que les hagan coro.