En los comienzos fue así: las palabras, reflejo en sonidos de la realidad y la captación del entorno, tenían género como los humanos, por lo tanto las palabras se clasificaban en masculino, femenino y epiceno. El género epiceno cambió luego por género neutro: “dicho de un nombre que con solo género gramatical, puede designar seres de uno u otro sexo, por ejemplo: bebé, lince, pantera, víctima (DRAE). Semejante a la vida ordinaria y común donde un hombre y una mujer son quienes participan de la unión conyugal, para algunos un sacramento, para otros un contrato, para los de más allá, ambas figuras.
Pero, como se decía en la gramática, había a lo largo de la historia humana, personas “epicenas” que no eran ni lo uno ni lo otro, gustaban de individuos del mismo sexo. Ese tema era tabú y no se tocaba sino en la intimidad de las familias. Esos “epicenos” se les llamó maricas, cacorros, desviados, y, además, eran el demonio mismo. Hombres y mujeres “epicenos” fueron perseguidos y apedreados por su comportamiento sexual. Muchos se refugiaron en conventos y monasterios, cobijados y forzados por el celibato, resolvían las “flaquezas” (las tendencias de su naturaleza) con la austeridad, la abstinencia, los reglamentos y la autotortura con cilicios. (Lea la columna).
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