En pleno congreso de Anato conviene recordar el elogio del destino de guía turístico que consiste en mejorarle su bagaje cultural al caminante.
Generalmente, su carné de identidad es una sonrisa de oreja a oreja. Mientras están devengando con el sudor de la lengua, los guías tienen prohibido cansarse, aburrirse, llorar, dormir.
Por el mismo sueldo son papás, mamás, médicos, actores, adivinos, narradores, siquiatras, poetas, gourmet-gourmands, historiadores, reporteros, sociólogos, influenciadores, banqueros, proxenetas.
Su desgastador oficio les exige un físico de atleta del decatlón. Hablan ex cátedra, como los papas. Cuando ignoran un dato se lo imaginan para no defraudar. Mejor no crear desconfianza.
Tienen la palabra, el verbo, por cárcel perpetua. Es su herramienta de trabajo.
Exhiben memoria de elefante enrazado en ajedrecista: se graban rápido nombre, grupo sanguíneo y aberraciones de cada uno de los miembros de su séquito.(Lea la columna).
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