20 abril, 2024

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La Educación y Sus Escuelas Son Como las Catedrales

La educación con sus modelos formativos y escuelas son como las catedrales: Demoran años y siglos en su construcción, las ven pasar muchas generaciones. Una y otras en algún momento se dan por terminadas aunque no lo hayan sido del todo; a ambas, está probado, se les dan cimientos que resultan muy difíciles de cambiar. Las catedrales, como los modelos educativos, a duras penas se retocan o mal remiendan. La más antigua de las catedrales, la Santa Sofía de Estambul, que tiene 1489 años, una obra maestra del arte bizantino, en 2020 se estaba decidiendo qué usos e identidad religiosa iba a tener, aunque seguiría siendo  la misma hermosa catedral que siempre ha sido por 15 siglos.

La catedral parisina de Notre Dame, con imponente arquitectura gótica, la misma de Quasimodo el jorobado en la novela «Nuestra Señora de París» de Víctor Hugo, fue iniciada en el anno Domini de 1163 y finalizada en 1345, o sea 182 años después. La de San Pablo en Londres demoró en su construcción 227 años, entre 1087 y  1314. Por su parte, la catedral de Colonia en Alemania demoró 632 años antes de darla por terminada (de 1248 a 1880). Y el modelo educativo y escuelas que tenemos hoy ya tienen encima, como sólido e imperturbable revestimiento, la pesada y fastidiosa costra de tantas centurias de antigüedad.  

Ha tocado a todos ser humano vivo la eterna construcción de la  catedral  basílica de la Sagrada Familia en Barcelona, diseñada por el arquitecto modernista Antoni Gaudí. Su construcción se inició en  1882 y se espera que, ¡tal vez!, finalice en 2026 (en el centenario de la muerte de Gaudí); o sea, siglo y medio de construcción. Tras tantos años, se ha recurrido hoy, para poderla terminar, a robots, impresión en 3D, realidad virtual e inteligencia artificial. Esta construcción está disponible en la Red en un muy bello recorrido virtual. (https://rb.gy/rrc0ke). A diferencia de las escuelas, en la construcción de las catedrales se invierte mucho dinero, no se sabe cuánto y, como se ve, en la de la Sagrada Familia han llegado los avances tecnológicos más avanzados para facilitar su terminación, avances que no se ven en las escuelas.  

Gaudí ante la pregunta de por qué se demoraba tanto la construcción de la catedral dijo que su cliente, refiriéndose a Dios, no tenía afán. Afán que tampoco han tenido los Estados, gobernantes y sociedades aquí y allá para, al fin, construir modelos educativos con escuelas que tengan ambientes y recursos de aprendizaje en permanente transformación y actualización acordes con los más actuales requerimientos sociales. La construcción de catedrales ha estado animada por el deseo  de establecer comunicación con el Dios Supremo, llegar a la cima deseada que es la gloria eterna. Por  siglos se pensó que la educación y sus escuelas debían cumplir el mismo propósito. (https://rb.gy/0ovf8dhttps://rb.gy/lkllak). 

Es interesante la etimología de la palabra catedral. Con origen en el griego significa asiento, la silla en la que se sentaba, a manera de trono, el obispo. Así, la catedral es un templo  sede de una diócesis, donde tiene su asiento, el obispo.  De ahí se deriva la palabra «cátedra» que  recoge lo que hacían los catedráticos: enseñar sentados. El catedrático es quien dirige la formación de sus estudiantes, sólo que hoy muy pocas veces lo hacen sentados, excepto aquellos, que desde la posición sedente y sedentaria, en letargo, quietos y tranquilos, esperan la que para ellos es la jubilación salvadora, desconociendo que el maestro (a diferencia del mero docente, dictador de contenidos usualmente añejos) aunque tenga una pensión nunca se jubila, su labor formativa en la vida, por fortuna, no acaba. (https://rb.gy/xy0b4o). Es  claro que  hay catedrales, obispos (y hasta arzobispos) para ellas; es evidente, así mismo, que  padecemos modelos de educación que con sus secuelas y escuelas andan con rumbo perdido ante las necesidades sociales de hoy, agravadas con las políticas educativas de Estados y gobiernos que han llevado a la extinción a los Maestros

Los modelos educativos no se trasforman cambiando sólo las infraestructuras físicas, usualmente inacabadas o impropias para los procesos formativos. Siguiendo la parábola de Jesús: «El vino nuevo se ha de echar en odres nuevos» para evitar que las prácticas tradicionales se fagociten y ahoguen la innovación. Frente a los viejos modelos hay temor  y resistencia al cambio, a la libertad de aprendizaje, a la del pensamiento divergente y autónomo de los alumnos, a la libertad para cuestionar y para crear. No se observa una actuación con firmeza y claridad para que, de un modo amplio y participativo, se proceda a la creación y consolidación de modelos educativos (así en plural) y de escuelas siglo XXI que  permitan arraigar los cambios que todos reconocen como necesarios e inaplazables.  

No ha importado que  muy distinguidos pedagogos, a lo largo de los años, hayan formulados propuestas trasformadoras de las  escuelas y de sus modelos formativos. Sus ideas (con muy pocas excepciones), tal como ha ocurrido en los procesos de construcción de las catedrales, se han aplicado sobre los mismos «planos» (conceptos, estrategias de enseñanza  y de aprendizaje viejos), con lo cual se ha negado el cambio y la innovación transformadora. 

Hay un temor generalizado para llevar a cabo un cambio educativo de fondo. Contrario a lo que se dice de boca hacia afuera, ha  resultado más cómodo pensar y asumir que los modelos educativos imperantes  son inmutables y que, como con las catedrales, hay que seguir los mismos planos originales, los cuales están ahí, a los que se les pueden hacer algunos retoques, (como incluir, cambiar o quitar asignaturas) aunque se reconozca que algo y mucho  está fallando de fondo en la educación de niños y jóvenes.  

Hace un cuarto de siglo en Colombia un grupo de sabios propuso cambios esenciales en el modelo educativo. Sus recomendaciones quedaron en letra muerta y fueron abandonadas a un inmerecido y fúnebre destierro en los estantes de bibliotecas y repositorios documentales digitales en la Web. Hace un par de años, bajo propósito de enmienda y de reparación, se dijo que, ahora sí, Estado y gobierno le marcharían a las trasformaciones educativas que propondría una nueva comisión de sabios (“Misión Internacional de Sabios 2019 por la Educación, la Ciencia, la Tecnología y la Innovación” (https://rb.gy/n94xsb), comisión que careció en su composición de educadores e intelectuales experimentados y conocedores de las realidades educativas propias y de las tendencias que se daban en el mundo. Todo parece indicar que su informe sufrirá la misma suerte del anterior. 

Se ha dicho que una catedral inconclusa nos es de ninguna manera un fracaso (https://rb.gy/0ovf8d). Finalizadas o no forman parte del orgullo de las ciudades y de sus habitantes. A ellas se entra con respeto reverencial, se cuidan y se exhiben con mucho engreimiento hasta convertirse varias de ellas, desde 1978, en patrimonio de la humanidad. Suerte que no corren las escuelas como templo de humanidad y de espiritualidad, de formación  para el bien común, forja y fragua de la inteligencia, del afecto, de la ética y la moral, de la creatividad y de la solidaridad.  

A las catedrales no las afectó la pandemia del coronavirus. Pero la educación, con sus modelos y prácticas, ha  sido sacudida en sus estructuras y no podrá seguir siendo la misma. Le llegó un súbito y necesario cambio desde fuera. 

Si las catedrales han sido desde el medio evo la silla, trono  y símbolo del poder de los obispos, precisamos ya evitar que la educación y  sus escuelas se sigan pareciendo a las catedrales: largo tiempo en su construcción y difíciles de cambiar. Hay que convertir ya, en la salida de esta crisis pandémica, a las escuelas en el trono de la igualdad, de la armonía social y de una paz duradera.