El desplome del precio del grano por el exceso de oferta no se traduce en una bajada de la factura que paga el consumidor y mete en serios problemas a los pequeños agricultores de Latinoamérica
Por Ignacio Fariza, Naiara Galarraga Gortázar y Catalina Oquendo
El País de Madrid.
A los 73 años, a Antonio Martínez la vida le guardaba un quiebro inesperado. Hace poco más de un año, este productor de café del centro-sur de Honduras tuvo que desistir de invertir en su finca: dejó de abonar y de fertilizar, y rebajó la contratación de trabajadores para la época de corte. Lo más parecido, reconoce, a dejar los cafetos abandonados a su suerte: si antes producían 600 quintales al año, ahora solo rinden 200. “Los precios son tan bajos que no tenemos manera de sostenerlos: no hay dinero para fertilizantes y no puedo asistirlos como merecen”, dice. Es un círculo vicioso: el declive de precios lleva a menor inversión, la menor inversión desemboca en menor producción y la menor producción, vendida a precios cada vez más bajos, acaban en ingresos menguantes.
Para compensar la pérdida de ingresos, Martínez compró “dos vaquitas”, pero su rentabilidad dista mucho de la que conseguía solo cuatro años atrás, cuando vendía el café al doble de precio que hoy y el fertilizante y el combustible aún no se habían disparado. (Lea el informe).
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