25 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

La confesión de judas

 

Por Oscar Domínguez G. (foto)             

         – ¿Cómo le va, Judas?

           – Señor Judas. Siguiente pregunta.

           – ¿Quién lo puso Judas?

           – No sé. De pronto mi papá me afrijoló ese nombre para que me ganara algún concurso de los sin tocayo en Judea, donde vivíamos.

           – Supongo que se lo ganó. En ningún directorio telefónico aparece un Judas o un Iscariote ni para remedio.

           – Averigüe primero, antes de preguntar. ¡Estos “periodistas” de hoy…! En el pasado, hubo un Judas Macabeo y un San Judas Tadeo, apóstol, hermano de Santiago, el Menor, para más señas. El Macabeo ese a veces despertaba cargado pa tigre, como Vargas Lleras. Pero después del mandado que me tocó hacer ¿quién se le mide a llamarse como yo? Ni Mandrake.

           – El solo nombre suyo asusta…

           – Uno se parece a su nombre. No soy la excepción.

           – ¿Usted de dónde era?

           – Yo no nací. A mí me fundaron. Yo me llamo Judas e Iscariote es mi apodo. Significa algo así como «el hombre de Queriyyot» que era una aldea de Judea donde me reclutó el Maestro para su tribu de pescadores. Al contrario de Mafalda, me tomaba la sopita, o sea, era buena persona. Yo tiraba el anzuelo y los peces picaban enseguida. Como ve, a falta de biógrafo certero – le confieso que me habría gustado Stefan Zweig, así se haya tirado en Fouché, ese sí un traidor de raca mandaca-, me toca hablar bien de mí mismo. Aunque alabanza propia es vituperio, decía mi madre. (Lea la columna).