
Por Juan Luis Mejía Arango
“Ah, los retratos, construidos con materia de otro tiempo, documentos de un olvido distinto y más certero”: Darío Jaramillo Agudelo.
Aquella mañana de noviembre de 1978, el auditorio de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín estaba a reventar. Jorge Luis Borges entró acompañado por el alcalde-poeta que lo había invitado y por María Kodama, su entonces joven compañera. Un grupo de escritores locales, en primera fila, habían sido invitados para formular preguntas al autor argentino. Apoyado en su bastón, Borges iba respondiendo con ingenio y mucho humor cada uno de los interrogantes que se le formulaban. El tiempo ha ido difuminando aquella intervención que la fértil imaginación popular ha enriquecido con innumerables anécdotas falsas. Lo único que ha permanecido incólume es el registro fotográfico que de aquella visita realizara Jairo Osorio. En efecto, el recuerdo de Borges en Medellín está indeleblemente ligado a la serie de fotografías que Jairo captó en los distintos lugares que el autor argentino visitó en la capital antioqueña: La Alcaldía, la Biblioteca Piloto, la Casa Gardeliana. Y las registradas en Cartagena de Indias, adonde viajó tras él.
Aquella visita estaba enmarcada en una época en la que, parodiando a Hemingway, Medellín era una fiesta. Había una euforia cultural, una fraternidad intelectual, una explosión creativa. Gracias a las bienales de arte la ciudad respiraba un espíritu de modernidad. La noche era fértil en todo tipo de actividades culturales, complementadas más tarde en el Jordán, en la Camerata, en Finale, en el Málaga, bares en los que se remataba festiva y enloquecidamente. Nada hacía presagiar que pocos años después, la noche estaría desierta y que aquel frenesí fuera reemplazado por el temor que generaba un terrorismo desalmado.
Cuando repaso estos retratos evoco aquellos años en que Medellín era una feria. Y recuerdo a Jairo Osorio, siempre discreto, sin incomodar a nadie, pero atento con su cámara para capturar el momento decisivo del que hablara Cartier-Bresson. Aquí está el registro de aquellas otras visitas, algunas insólitas, como las que propició Gustavo Álvarez Gardeazabal al juntar un trío tan heterogéneo como el de Juan Rulfo, Camilo José Cela y Manuel Puig. O la presencia de Ernesto Sabato en el paraninfo de la Universidad de Antioquia para presentar Nunca más, el informe de la comisión de la verdad sobre la dictadura argentina.
Y están, por supuesto, los actores locales de una ciudad palpitante. Están los pintores, los escritores, los músicos, los artesanos. Por allí, sentado al lado de su botella de ron, Manuel Mejía Vallejo; por allá, entre la bruma de la noche, Dora Ramírez baila un tango arrabalero con “el gato”, su maestro de baile; Fernando Cruz Kronfly descansa la guitarra después de haber interpretado, por enésima vez, su hermosa versión de “Alma tumaqueña”. En medio de cajas de cerveza, Óscar Jaramillo y Saturnino Ramírez parecen personajes de su propia obra.
Más que retazos de amigos, este libro recoge fragmentos de la memoria de una época. Recuerdos de vida, recuerdos de noches. Instantes perpetuados, rostros rescatados del olvido por la cámara discreta y oportuna de Jairo Osorio.
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