19 abril, 2024

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La calle real

@eljodario

Armenia, agosto 26 de 2020

LOS SORDOS YA NO HABLAN (Gustavo Álvarez Gardeazábal)

292 páginas EDICIONES UNAULA

EL ECO DE UNA TRAGEDIA QUE PODRÍA HABERSE EVITADO

Por Gilberto Montalvo Jiménez

Quienes conocen a Gardeazábal, y no son pocos, se han acostumbrado a sus narraciones extraordinarias plenas de humor crítico, carga histórica y fluida narración de encumbrada estirpe literaria, lo que les ha permitido, de paso, exaltarlo al santoral de los mortales como una especie de arúspice etrusco o profeta sin tonsura.

El escritor colombiano o más bien tulueño o mejor universal no es nada de eso, esa magia intrínseca la ha logrado a través de su tozudez, cualidad innata para husmear los hechos y las rutinas, pero en nada gratuita si no por el contrario dada su experticia que desde niño le obligó a abrir los ojos para otear las circundancias, verificar, confrontar y con contagiosa terquedad cerrera no dejar cabo suelto en lo que se propone.

Desde muy temprano tuvo su inclinación por las columnas periodísticas que le publicaban los periódicos elitistas y de esa rancia oligarquía vallecaucana de la que denosta con frecuencia y que a la postre dada su perseverancia y trasgresión se las “colgaban” con la severidad de don Modesto Caicedo en Occidente o la diplomacia y donosura de Rodrigo Lloreda en el País. Pero desde ahí y por siempre ha sido un censurado.

Su condición de investigador, rutina de escogidos para iluminar los caminos de la sociedad donde se mueven, lo empujó a un abismo insondable de nuevo en sus columnas de La Patria de Manizales y de El Colombiano de Medellín para intuir que no le parecía prudente que existiera una indiferencia mortal de la dirigencia “azucena” mimada por el centralismo bogotano frente a las posibilidades de una tragedia originada por el Volcán del Nevado del Ruiz. La intuición de Gardeazábal no se quedó ahí, donde como siempre la han calificado de “elucubraciones de novelista” y se metió de narices a escudriñar la historia, que se repite en ciclos evidentes, para postergar otros proyectos e imbuirse en una aventura exótica que lo llevó a pasearse por las crónicas precolombinas de Fray Pedro Simón, cantera donde abrevó como alumno de la Universidad del Valle de la mano de su decano Oscar Gerardo Ramos, encontrándose la narración de la explosión del Volcán de Cartago en 1598 que botaba piedras hasta lo que hoy es Toro en el Valle del Cauca.

Gardeazábal, como era de esperarse, no se quedó ahí y de paso se fue acucioso al Papel Periódico Ilustrado y textos de 1860, en donde le pegó a la diana al encontrarse que ya en el 1857 había explotado el Volcán del Ruiz y se había llevado la población ubicada en lo que posteriormente fue Armero.

Comenzó su cantaleta documentada que lo llevó a ser despreciado por las elites del azucenaje, quienes temían que ante las revelaciones del escritor se podría afectar la Feria de Manizales ¡Vaya estupidez!

Y pasó lo que tenía que pasar: el l3 de noviembre de 1985 se vino encima la “bombada”, como la venía llamando el escritor, y la estela macabra de cerca de cuarenta mil muertos, los cuales disimularon con la entrega mediática de los diarios y las revistas capitalinas que se encargaron especialmente a través de la pluma de Germán Santamaría de entretener con la agonía de Omaira Sánchez, la niña convertida en símbolo de la tragedia con la otra incapacidad de salvarla del lodazal. Ahí con micrófonos y altoparlantes el mundo la vio expirar.

Cinco años después, como un reto ante sus críticos que lo fustigaban porque se había apartado de la literatura para irse a la política y por entonces convertirse en alcalde de Tuluá, surgió: LOS SORDOS YA NO HABLAN, una narración de encanto donde se trenzan, como es usual en el escritor, sus cargas históricas irrefutables, la magia de una tonalidad de pincel genial en sus 292 páginas, hoy 30 años después reeditada por Unaula de Medellín.

Lo que fue una sacada de clavo para quienes le censuraban su paso a la política se convirtió en una de sus mejores novelas, pero también en un testimonio desgarrador con personajes de carne y hueso y con simultaneidad notariando la denuncia que por muchos años hizo y a la cual los mediocres e indiferentes manejadores de la cosa pública de este país le dieron una razón, esa razón tan costosa que jamás podrán borrar de la memoria del mundo.

Leer LOS SORDOS YA NO HABLAN, para quienes tienen 40 o menos años o releerla para los que tuvieron la fortuna de hacerlo en 1990, es fascinante porque se estrella el lector con un documento de indudable valor histórico y una novela que destapa la canallada de unos seres humanos que privilegian una carnestolenda ferial a un sismógrafo porque eran tan imbéciles que argumentaban no necesitarlo porque la perra Laika, protegida de los guardabosques de la región, era el mejor elemento tecnológico, porque cuando movía la cola era porque el Volcán estaba en vía de erupción, y con toda seguridad esta no es una exageración del novelista, si no la realidad de un investigador nato que lo revela nuevamente como uno de los mejores en su género.

Pasearse por los SORDOS YA NO HABLAN es una necesidad intelectual para conocer nuestra historia con una profunda exquisitez sociológica.