
Por Adriana M. Cardona López
Dicen los que saben que esta sociedad colombiana necesita despojarse de todas sus taras, modelos políticos e inclinaciones ideológicas que se apartan de las buenas costumbres. ¿Por qué no fomentar la firmeza, la honorabilidad y la cultura del amor y construir un país claro y sereno, rehabilitar el alma y darle rectitud al proceder?
Se niegan a creer en la existencia de un infierno y son capaces de negar el cielo. A la moral le invirtieron su valor y la pusieron sus propias alas. Y dicen los que analizan con lógica y sana critica que el llamado «liberalismo» la Revolución francesa se muta en el tiempo como la hidra de agua dulce de tentáculos cargados de células urticantes y que parecen inmortales, que convierten el liberalismo en libertinaje. A su errado significado del principio de igualdad le sacan provecho y se proclaman dioses y le hacen creer a los más débiles que son capaces de crear una sociedad más igualitaria.
El comunismo cabalga en un dragón rojo; lleno de odio, violencia y terrorismo que, si estudiáramos con profundidad todas las transformaciones políticas y económicas de esa época, podríamos avanzar como Estado-Nación. Tendremos que recordar el pasado.
La revolución bolchevique de 1917 sí que nos enseña; pero que hoy de nada sirve a una sociedad rebelde y mal intencionada; donde los valores se han invertido con suspicacia y táctica.
El marxismo, con su estilo propio como dioses, con su paraíso bien diseñado y lleno de asesinos y manipuladores. Es bueno recordar la historia y no pasarla por alto, como lo decía Lenin, “la ética era lo que le convenía al partido”. Y no vamos muy lejos con Stalin, época aquella donde millones de muertos fueron ejecutados a su propio estilo y tácticas de tortura.
Hoy vemos cómo estos gobiernos absurdos son fieles seguidores de Fidel Castro y su continuidad. Los gobernantes de turno de Venezuela se pavonean y el silencio y la doble moral del mundo marca sus cartas de poder. La gobernabilidad se logra con el prestigio y el respeto por las finanzas del País y sus reglas fiscales.
Un verdadero (a) líder es aquel que nos conduzca por los senderos de la sana gobernabilidad, que posea una capacidad de juicio y discernimiento auténtico y se aleje del fanatismo de los partidos políticos de hoy, que son una vergüenza para el País.
No busquemos una Juana de arco en el fango, sería osado y un acto de irresponsabilidad pensar en la herencia de Pizarro y darle continuidad a la no gobernabilidad.
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