23 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

La barbarie como argumento político

Dario Ruiz

Por Darío Ruiz Gómez 

Desde hace más de un año el ELN, viene cometiendo un flagrante delito de lesa humanidad ante los ojos del mundo manteniendo confinadas a varias comunidades indígenas en el Chocó impidiendo la libre circulación de sus habitantes por los territorios, minando las trochas, los sembrados o sea sometiendo al hambre y las enfermedades mediante el terror a quienes son nuestros conciudadanos (as). Con exhibiciones periódicas y sobre todo sistemáticas ha asesinado a placer dirigentes indígenas sin que las histéricas asociaciones “proindigenistas, etnicistas hayan llegado siquiera a reprocharles alguna de estas atrocidades. ¿Qué podríamos esperar sino el silencio cómplice de Human Rights? Es aquí donde el concepto de “Derechos Humanos” otra vez se restringe a los militantes de estos movimientos “revolucionarios” mientras se excluye a campesinos, indígenas. Cualquiera de las formas históricas de dominación y violencia han sido desplegadas por estos mercenarios cuyos nombres sabemos de memoria, a quienes vemos con frecuencia dando declaraciones sobre la Paz y la reconciliación mientras continúan con su tarea de borrar los últimos restos de conciencia civilizada que nos quedan “acelerando las contradicciones de la  justicia burguesa” – como  sediciosamente lo está haciendo Iván Cepeda- para tratar de que se imponga como ley aquel terrible sofisma leninista de que “una es la violencia de los opresores y otra la de los oprimidos” sin darse cuenta de que hoy son ellos  los opresores. O, a que, mediante esta deliberada confusión semántica, terminen por desaparecer los criterios de la ciencia; desacreditando, al hacerlas cómplices de sus fechorías, a disciplinas como la sociología, la Historia, la antropología, el periodismo. Y lo peor, propiciando dentro de la Iglesia católica un sisma con un grupo definido de obispos y religiosos defensores de su causa, dispuestos a reclamar después de cada una de sus masacres, “la necesidad de volver a las conversaciones de Paz”. Lo que supondría admitir como argumento políticamente válido su guerra sucia   y el considerar que, repito, un indígena, un afrodescendiente, un campesino no es un ser humano –esa verdadera y constatable Otredad convertida  en cháchara por los pijos culturales, olvidada por la “Iglesia de la Liberación”- sino un ser inferior con el cual se negocia. En la raíz del ELN la mutación desde el castrismo hacia el mesianismo obedece al injerto que le presta una corriente jesuítica fundamentalista. ¿Cuáles son entonces los contenidos que tanto seducen a esas dóciles minorías cultas que los siguen irrestrictamente, al aceptar dócilmente sus distintas formas de violencia contra la sociedad?   

En el Fundamentalismo la conciencia individual se enajena a una Causa abstracta que buscará el castigo de los “enemigos del pueblo”, de quienes obstaculicen sus objetivos. Del presunto movimiento de masas hemos pasado a la intransigencia desmedida de una secta de fanáticos que encubren, además, su inmensa fortuna material. El fanatismo   de quienes se han arrogado ser los elegidos para ejercer una violencia sin límite alguno, una violencia que no tendrá castigo ya que ellos a nombre de su verdad absoluta son quienes pretenden juzgarnos y no nosotros a ellos. 

“La violencia de hoy en día más bien remite, nos recuerda Byung-Chul Han, al conformismo del consenso que al antagonismo del disenso”. Conformismo moral, ganas de que rápidamente y “sin entrar en detalles” se logre una paz donde no sean tenidos en cuenta los nombres, las circunstancias de los distintos horrores que ellos y sus cómplices seguirán causando. Al ver hoy las imágenes de las madres indígenas en las selvas chocoanas con sus niños a hombros, caminando en una larga fila evitando las minas antipersonales – ¡Qué exacta definición! – estamos viendo la repetición de una afrenta que en la Historia Moderna se constituyó  en una de las grandes ofensas a la razón y a la democracia: el desplazamiento de poblaciones enteras, el asesinato selectivo, el destierro y la pérdida de  territorios sagrados. Naturalmente la corresponsal de Caracol ante estos crímenes de lesa humanidad se limitó a señalar que la presencia del ejército en el alto  Baudó “no era bien visto por sus habitantes ya que éste podía exponerlos al fuego cruzado” y la inesperada visita de los obispos de Quibdó, Ismina y Apartadó se limitó a que repitieran el mismo cliché de “los territorios abandonados por el Estado” sin condenar con el énfasis necesario lo que estaban verificando con sus propios ojos: las brutalidades del ELN, condenas explícitas que necesitamos para seguir pensando que todavía vivimos en una democracia.