
Por Oscar Dominguez
Nota: Darío Arizmendi, saludos mil. Por tu sucesor en Caracol, el pote Gustavo Gómez, esta mañana me enteré de que estás de cumpleaños. Me place mi cariño afrijolarte el japiberdi en mi condición de superior (en edad) y exalumno de psicología de la comunicación en la Escuela de Periodismo de la U de Antioquia. A manera de regalo de cumple, te repito la carta que te envié cuando me negriaste en el matrimonio de tu hija. (En la foto tomada por este pecho, apareces acompañado, entre otros, de Reyes y del Guajiro, jefes de la Farc, la vez que fuimos invitados al Caguán a hablar sobre el proceso de paz en tiempos del presidente Pastrana. En esa ocasión, las Farc le pusieron conejo a la paz).
Odg.
Gracias por el olvido
Señor Darío Arizmendi:
Creí que el hecho de haber sido usted mi profesor de (p) sicología de la comunicación en la U. de Antioquia, y la circunstancia de haber pretendido –en vano- tumbarme una novia, me habilitaban para figurar en la lista de los 300 invitados a bebérselo a usted en la boda de su hija Ana contra el señor Rosso, noticia de la que me entero por Semana.
Claro que no le escribo para protestar, sino para alegrarme por haberme liberado del regalo y de alquilar pinta para tan magno acontecimiento. La pareja se escapó de que hubiera barrido con la barra de martines, perdón, martinis y con el caviar importado para la ocasión.
No lo siento por la comida de Gun Club. He estado allá –invitado, por el caldense Iván Amaya, ya fallecido- y es más la bulla. Regular tres cuartos el Chateaubriand que me empaqué en una ocasión. Y el Bloody Mary que pedí para abrir las ganas, estaba tan mal preparado que parecía hecho por el Papa que de licor pocón.
Porque no creo que la receta del martini se la hayan pedido al maestro Bernardino Hoyos. O al barman de la película Casablanca, ese que dijo: “El mundo tiene tres güisquis de atraso”. (Bueno, no tengo claro si fue el barman o Humphrey Bogart, de quien Álvaro Gómez se copió en su oportunidad la sonrisa de perfil y la mirada lánguida).
Le reitero que no le guardo rencor por haberme negreado. Menos mal invitó a la doctora Noemí Sanín bella, como de costumbre, aunque no vi por parte alguna a Er Javier Aguirre, su entera naranja española. (Finalmente nos escapamos de tener chapetón como primer damo de la nación. Dios es grande y misericordioso, como reza el Salmo cuyo número le quedo debiendo).
También me alegra saber de la presencia del presidente Samper y de su esposa: eso garantiza un espléndido regalo. (Yo suelo regalar licuadores o ajedreces, así sea en las bodas. De la que se escapó el dueto Ana-Juan. En la luna de miel en lo que menos se piensa es en aperturas, jaques y mates).
Me alegra saber que si bien no me invitó a mí, tampoco invitó a José Obdulio y demás integrantes del uribismo purasangre. Usted es una persona sensata, doctor Darío. Así podrá seguir dándole en la cabeza a José Obdulio, un día sí y otro también, en la grata compañía de su talentosa mesa de trabajo.
Ni crea que lo de la lista de 300 invitados me va a dañar lo bailado en mi matrimonio: asistimos seis personas: los novios, por razones más o menos obvias, y cuatro padrinos, entre ellos un amigo común: Alvarito Vasco, quien ya no nos acompaña.
La comida no la pedimos a ninGUN club, sino que nos aplastamos en Las Acacias, de Chapinero. Allí fue la fiesta de matrimonio de la lengua más brava del oeste, hoy por hoy: la de Daniel Samper Júnior, a quien no creo que usted haya invitado al despelote party al Club Mesa de Yeguas, de Anapoima, donde suele reunirse el blancaje bogotano. (Donde yo escribiera una sola columna de las del chino Samper, mi madre me pelaría la nalga por “irrespetuoso con los mayores, mijo”. Qué lengua: agradece uno no ser importante, ni apellidarse Arias, Sanín o Uribe. Samper sí, porque con la familia uno no se mete. O le hace pasito).
Esto va para largo, exprofesor Arizmendi. Termino con un consejo: si no le ha medido bien el aceite a Rosso, su yerno, haga lo que hizo un concuñado mío: emborrachó a su yerno para ordeñarle información privilegiada. El hombre pasó la prueba, y mi pariente accedió al casorio.
Tampoco es para empezar a acosar a los Rosso para que taquen de una y salgan para el primer bebé para que los hagan abuelos a usted y a doña Ana. Todos tenemos ganas de ser abuelos, pero es mejor no mostrarlas (las ganas) porque eso hace emberriondar a los espermatozoides y a los óvulos y no se viene el petacón, como dicen en el Yarumal de sus mayores.
Le recuerdo que soy abuelo de repetiditos (mellizos) australianos, próximamente de un bebé carioca, y que, si necesita cartilla sobre cómo ejercer el abuelazgo sin perecer en el intento, soy todo oídos. Tarifa privilegiada para mi exprofesor de Psicología (en esa época todavía sonaba la p).
No quiero ni pensar cuánto le costó la fiesta, pero para la fortuna que su educación se gana, supongo que pagó con plata de bolsillo.
Felicitaciones a los padres de los novios, a los recién casados y que no se afanen por hacer “ennietecer” a los cuatro abuelos. Eso será “cuando llegue la ocasión”, como dice el tango. Además, todo tiene su tiempo bajo el sol, decimos, en su orden, yo y el libro del Eclesiastés.
Atte, od.

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