19 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

James Rodríguez, el 10 de Colombia

Por Catalina López

De cómo los sentimientos de animadversión permean todas las actividades del ser humano 

Uno creería, y eso es lo que pensamos cuando estamos pequeños, que de adultos seremos inmunes a los vaivenes de las emociones, que nuestras decisiones siempre serán maduras y equilibradas.

Desde la infancia empezamos el proceso de formación de nuestra propia identidad, construyéndola con la observación, la lectura y la interpretación que hacemos intuitivamente del ambiente, las personas y de todo lo que sucede a nuestro alrededor. Nos mantenemos alertas, extrayendo ávidamente información de lo que vemos, de los gestos, las palabras y las relaciones con los demás, concediéndoles un sentido y un significado determinante en la forma como se van a desarrollar esas relaciones y nuestra propia imagen.

Con la llegada de la adolescencia salen a la superficie las primeras características de lo que será nuestra personalidad, tal vez rasgos de fortaleza, falencias o inseguridades generadas en la apreciación, acogida o rechazo de los demás, que se traducirán, para la mayoría, en la génesis de no pocas tardes y noches dedicadas a la divagación, intentos de poesía y sentimientos de incomprensión.

Pensamos entonces en la adultez como ese puerto en el cual encontraremos seguridad, posiblemente compañía y una nueva piel resistente a lo que en el pasado pobló de sombras e incertidumbre nuestro desarrollo.

Y hete aquí que no. Que ese equipaje siempre lo seguiremos cargando. Que la opinión de los demás, el trato que nos dispensan, las oportunidades que nos arrebatan o que nos facilitan, la libertad con la cual nos podemos relacionar con ellos sigue influyendo de forma poderosa en el desarrollo de nuestra propia vida.

El caso de James Rodríguez y Zinedine Zidane es uno con final feliz. Y digo final no porque James esté siquiera cerca de su final. Sino porque pase lo que pase, James es un campeón que no se dejó anular por el trato indiferente pero inequívocamente perjudicial con el que cual el entrenador, hoy cuestionado en su profesionalismo, ocultó y disfrazó su evidentísimo rechazo a nuestro queridísimo y admiradísimo jugador.

¿Cuántas noches en vela pasaría James preguntándose cuál sería el error que estaba cometiendo?

¿Cuántas inseguridades, cuántos sentimientos de estar en el lugar equivocado habrá tenido el jugador?

¿Habrá dudado de sus capacidades?

A quienes nos gusta el fútbol, una y otra vez, sufríamos viendo cómo para los partidos a disputar no lo llamaba, o lo llamaba y lo dejaba sentado o lo ponía a jugar los últimos tres minutos del encuentro.

No tenemos ni idea de lo que pasaba por la cabeza del entrenador. No sabemos sus motivos. No sabemos su estrategia. No podemos interpretar cuales fueron los presupuestos que durante años lo llevaron a prescindir del talento de nuestro número 10. Nos sorprende, y bastante, que una persona con la experiencia y el supuesto liderazgo de Zidane se haya no solo equivocado, sino comportado durante tanto tiempo, de manera tan visceral, tan animal, tan básica, tan emocional. El disgusto o mal querencia hacia su jugador le nubló completamente el juicio. Ese error de apreciación por motivos personales y esa falta de empatía habla más de su falta de criterio profesional que de sus falencias personales, que también las descubre y de forma vergonzosa.

Lo que sí sabemos y nos llena de una alegría inmensa es ver a James brillar, correr, sonreír, hacer magia, meter goles, ser parte del equipo, y al final del partido, observarlo abrazarse con sus compañeros y ser parte importante del triunfo del equipo.

James es un ejemplo de resiliencia, de voluntad, de madurez, de profesionalismo, de responsabilidad, de trabajo duro y de éxito en el cual pudiéramos mirarnos los colombianos en estos tiempos en que tantas circunstancias parecen estar tratando de aplastar nuestro futuro.

Es un orgullo ver que sus habilidades deportivas, su genialidad con el balón y su alegría han vuelto a la vida después de haber sido desperdiciados por la ausencia de profesionalismo de un entrenador que permitió que sus emociones perjudicaran el balance deportivo y financiero del emporio futbolístico y empresarial que se denomina Real Madrid.

Nos imaginamos que los socios, la hinchada y los comentaristas deportivos estarán pensando algo muy parecido. Lo más probable, lo esperable y lo lógico sería que, a la luz de los acontecimientos, actuaran en consecuencia.

Los números hablan un idioma que no deja lugar a interpretaciones.