19 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Invocación al padre el día del padre

Por Jaime Jaramillo Panesso (foto)

Padre: me dicen que todos tenemos padre

aunque no sea conocido de autos procesales.

Me cuentan, padre,

que los hijos suelen crecer,

aprender y trabajar. Y que una de sus satisfacciones

es apoyar al padre en sus años de agachada.

También los hijos remiendan la colcha del recuerdo, dicen,

para que los  retazos familiares formen el mapa de los olvidos

olvidados, pero son pocos los que manejan

la aguja de marear.

Padre es la palabra que invoco

cuando llaman a cancelar  cariñosas propuestas de visitas

cortas o emitir  malas noticias de los hijos

que siguen solicitando la intervención del padre.

Y el padre siente que ya son muchas las llamadas

a los amigos para abrirle paso

al reincidente, mientras llueve hoy, día del padre.

Y llueve padre,

como el día que lloró la soledad de nuestro silencio

y dijeron los dueños de la fiesta

que era mejor colgarse de las notas pedigüeñas, en vez llevarle

una taza de arroz al padre.

El día en que llamaron a la madrugada,

un martes, lleno de agenda letrada y grabada en una  tableta

informática y melancólica,

con retrato tuyo en la portería,

sin ganas  de salir al patio. Dimos por terminada

la cita en la cual, padre, pagarías las deudas

de tus hijos sin pagarés  y sin letras

de cambio o cheques posdatados,

porque, padre, dentro de un día o un año,

volverán más hijos que nunca,

a abrazarte. Y traerán una canción

de fiesta. Y estarás, padre, más viejo y sordo,

pero cantarán con la voz

de los hijos que saben de un padre

que ya no canta, pero espera.

que ya no espera ni tampoco canta.

EL PADRE

El padre de nosotros dijo:

Voy a buscar trabajo fuera de la ciudad.

Y se fue a las tierras más calientes,

Menos cálidas para su salud.

Hacían falta abogados en medio

de esas calles bullangueras,

con acequias bordeantes de aguas podridas

y de bares atestados de morenos

buscadores de suerte entre manglares

y pangas pintadas de verde y amarillo.

El padre de nosotros se quitó la corbata.

Su porte de magistrado

lo cambió por visitas a la dueña

de un hotelito hecho en maderas perforadas

por un tiempo de grillos y gorgojos.

Durante la noche su radio

ensartaba la escucha de emisoras panameñas

y en la mañana leía un diario

de  la capital.

Sus libros de literatura

y los códigos manoseados de la rutina

se fueron borrando con el paso a paso

de los ojos sedimentados por la sal,

por  la harina de los bananos de exportación.

Con una placa en la puerta de su casa

ofrecía servicios litigantes

en  una manigua de hombres armados

y  de contrabandistas

bañados con agua de colonia “María Farina”.

Porque ganó algunas demandas civiles

pudieron sus hijos comprar el primer televisor,

asistir con camisa almidonada

al  cumpleaños de su abuela guarceña.

Sus dedos, que siempre persiguieron el lápiz

a pesar de la artritis.

lograron firmar la notificación

por  la pérdida de sus pulmones sedentarios.

El padre de nosotros, dijo entonces:

me  voy a buscar un hueco lejos de este hervor.

Se tomó el último aguardiente,

se fumó el último cigarrillo

y se vino a morir a Medellín