29 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Inteligencia social: Un alto valor para la supervivencia humana

Por Enrique E. Batista J., Ph. D. 

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Múltiples han sido las definiciones que se han escrito sobre la inteligencia. Algunas de ellas son: La inteligencia es la capacidad para resolver problemas; cualidad humana que miden los tests de inteligencia; rasgo de los humanos para aprender; habilidad para adaptarse al cambio y, entre muchas más, la habilidad para aprender de la experiencia y adaptarse a las circunstancias cambiantes del medio social o natural. 

La inteligencia ha sido concebida como: habilidad, rasgo, capacidad, atributo, cualidad humana, conjunto de conocimientos, conducta, potencial para comprender o realizar algo, aptitud y, más reciente, como competencia, basada ésta en otra impropia moda que busca imponer el modelo de formación laboral a todas las profesiones. 

Intento a continuación, de mi parte, avanzar una definición más amplia del constructo denominado «inteligencia», considerándola como un enfoque multidimensional de habilidades que se desarrollan y manifiestan en el aprendizaje humano. Así, inteligencia es el conjunto de habilidades cognitivas y afectivas que permiten aprender a vivir productivamente en sociedad, identificar problemas, plantear posibles soluciones y emprender acciones colectivas y solidarias para lograr el bienestar colectivo e individual, afectar de modo positivo y constante la calidad de vida mediante interacciones sociales que favorezcan el progreso y evolución permanente de la especie humana en armonía con la naturaleza. 

La inteligencia siempre tiene como campo de acción el aprendizaje trasformador y está mediada por la interacción y el trabajo colaborativo entre seres humanos. Así, la inteligencia es facilitada mediante acciones colectivas.  No hay inteligencia individual independiente de contextos culturales, sociales y naturales. La inteligencia siempre está referida a culturas y medioambientes específicos. Así, no existe inteligencia que pueda entenderse desde un ángulo estrictamente individual. Por eso, su reconocimiento o su medición siempre tendrá un carácter focal, específico, incluyente y potenciador de las habilidades de la persona para aprender, transformar e innovar. La inteligencia siempre tiene un componente facilitador y creador de naturaleza colectiva. 

Hay inteligencia en la medida en que existen individuos qué, en interacción intencional, comprenden y transforman realidades. Se aprehende el mundo en sus complejidades y se transforman y preservan sus recursos mediante acciones colectivas. Por ello, se reitera que no hay aprendizaje ni acciones de progreso colectivo basados en esfuerzos estrictamente individuales. Desde un punto de vista general, la inteligencia se refiere principalmente a ese conjunto multidimensional de habilidades que tenemos los humanos para preservar la vida en el planeta y asegurar la evolución positiva de la especie humana. 

La inteligencia es un atributo de valor superlativo para la supervivencia de la especie humana teniendo como sustrato los contextos cultural, social y natural en que se desenvuelven los diferentes grupos humanos; ella se apoya y responde  a conocimientos y experiencias que nuestro cerebro ha acumulado a lo largo de la evolución de la especie humana; lo cual significa que la inteligencia es producto de esa experiencia de la especie humana, del aprendizaje y  de los modos particulares en los que las sociedades educan a sus miembros para que sean inteligentes. Ser inteligente, entonces, es tener disponibilidad cognitiva y afectiva para seguir asegurando la integridad y el progreso de la especie humana con el uso sostenible de los recursos de la naturaleza para su supervivencia y la de los demás seres vivos. 

Ciertas habilidades especiales son calificadas en cada contexto específico; por ejemplo, en los ambientes escolares se ha empleado la medición de la inteligencia mediante pruebas de cocientes intelectuales (IQ), privilegiando lo que se ha denominado «aptitud académica», base para el desempeño en el aprendizaje escolar. Un determinado IQ no informa, sin embargo, sobre la variedad de habilidades necesarias para que en los múltiples contextos de la vida cotidiana cada uno pueda enfrentar, entender, solucionar problemas y ser capaz de seguir aprendiendo.  Los problemas y necesidades que abordan los seres humanos son diferentes en sus orígenes y naturaleza, aunque para el bien común las distintas manifestaciones y realizaciones inteligentes convergen hacia el mejor estar colectivo.   

La convergencia de distintas inteligencias (por ejemplo, la del campesino, el científico, el oficinista, el maestro y el obrero de la construcción) pueden y deben conducir al progreso de todos.  Cada uno demuestra comportamiento inteligente en sus contextos según conocimientos, experiencias y habilidades específicas con valor de progreso colectivo y de supervivencia; es decir, todas las manifestaciones de inteligencia tienen valía para cada uno y para todos en el conjunto social, con especial valor de supervivencia. No hay ni puede existir acción inteligente humana que no esté conectada a este valor. Ello es así porque toda acción inteligente que los humanos realizamos a diario tiene que ver con la aplicación de distintos aprendizajes y respuestas que ha adquirido, y sigue adquiriendo, la especie humana en su evolución para poder sobrevivir.   

La confusión o la ignorancia no significan ausencia de inteligencia. Los procesos formativos sociales, incluidos los escolares, apuntan a superarlas para alcanzar conocimientos ciertos y acrecentar experiencias positivas sobre problemas, necesidades y soluciones. Por ello, siempre es preciso recalcar que las escuelas son centros de inteligencia y que la meta principal, de la más superior importancia, es formar personas en el razonamiento inteligente, en las habilidades cognitivas y afectivas que permitan desarrollar su condición de seres humanos con valía. 

Un alto valor de supervivencia humana y cultural tiene la formación en la lengua materna y con ella en la escritura, habilidades fundamentales para ser inteligente, para aprender, comunicar y amar. Igual valor tienen, entre otras, la lógica, el razonamiento abstracto y la visión ética y antropológica de sí mismos, las cuales permiten que los alumnos, imbuidos de una identidad y moral planetarias, conozcan y valoren la naturaleza de su condición humana y su parte esencial en la construcción de sociedades justas y pacíficas.  

Una reformulación de los fines de educación formal pone énfasis en el acceso al conocimiento, a la experiencia acumulada y validada de la humanidad; acceso que siempre se concibe libre como un derecho. En la reformulación de sus fines se busca asegurar el contacto con hechos y problemas reales, poder experimentar, inferir  y validar hipótesis, entender el poder que cada uno tiene en su cerebro y corazón para aprender  y amar, promover la toma de decisiones sobre información pertinente, estimular la solución de problemas, fomentar  las decisiones inteligentes frente a las alternativas o dilemas lógicos o sociales, crear situaciones que faciliten la creatividad en distintas áreas desde las ciencias naturales y sociales hasta las artes y la cultura, y emplear de manera consciente y eficiente los recursos tecnológicos para aprender, crear y transformar de modo sostenible. (https://rb.gy/wpxt70).  

Es decir, se precisa de la actualización de los fines educativos para una nueva escuela donde los alumnos desarrollen el potencial de su cerebro, sus habilidades específicas y mejoren permanente, en contextos de colaboración social, su inteligencia con la habilidad de entender, aprender, crear, transformar y alcanzar logros compartidos como una forma de inteligencia colectiva situada, distribuida e inclusiva. 

Este propósito renovador de la escuela se apoya en los fundamentos sociales, epistemológicos, éticos y pedagógicos que revelan que todo humano, sin excepción, puede desarrollar su potencial cognitivo y afectivo y llegar a ser personal y socialmente productivo. Estos fundamentos conllevan a la superación de la vieja idea y práctica, enraizada pero muy mal acendrada, que como creencia con frecuencia ha sido elevada a principio pedagógico, de un determinismo que pretende, en la práctica, forzar a los alumnos a una pasividad que los lleve a obedecer sobre qué indagar, cómo pensar y qué pensamientos valen la pena pensar.