El deporte y la recreación siempre van a ser una excelente opción para sacar a los jóvenes de las calles y de las esquinas, las cuales vienen cargadas de drogas, muertes y otros delitos que el bajo mundo y nuestra sociedad le puede ofrecer con mayores alternativas económicas a quien no posee oportunidades ni una alternativa clara para salir de su entorno y realidad, que la mayoría de los casos es muy dura.
Es entonces como el Estado entra a solucionar esas problemáticas y empieza, a través de la institucionalidad a mostrar caminos diferentes al del sicariato o el hurto, que lastimosamente nos roban miles y miles de jóvenes anualmente.
Los torneos barriales, los aeróbicos en los parques, los partidos de baloncesto, las ciclo vías y todas las opciones que por ejemplo el Inder nos puede ofrecer, son un escape y desahogo a la monotonía de la cruda realidad de nuestros barrios.
Y no, este instituto no llega solamente a los barrios de estrato medio alto en nuestra ciudad, me atrevería a decir que en estos territorios es donde más poco utilizan este tipo de institucionalidad, toda vez que no lo ven como una oferta agradable o la obvian en el imaginario que eso solo es para los barrios marginados y que no se necesita.
Gran equivocación cometen aquellos que piensan que el deporte no transforma vidas, que no cambia realidades y que a través de la recreación se pueden lograr cumplir grandes sueños y alcanzar metas de ciudad y sociedad.
Hoy, a propósito de los veinticinco años del Instituto de Recreación y Deportes de Medellín, quería dedicar esta pequeña columna a aquellas instituciones que como el Inder, se dedican a arrebatarle muchachos a la guerra
Debemos ponerle más la mirada a la recreación la cultura y el deporte como transformadores de realidades sociales.
Es mejor un muchacho todo un día en una cancha jugando fútbol, que parado en una esquina conociendo todos los secretos del bajo mundo.
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