23 octubre, 2025

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Humor y política: Anecdotario de Gerardo Emilio Duque

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Gerardo Duque

El doctor Jairo Duque Pérez brillante jurista, profesor universitario, pariente nuestro por supuesto, un día le dijo a un alumno de la Universidad Autónoma: ¿Es cierto que te vas a casar? A lo que el alumno le contestó: claro doctor Jairo, me caso. ¿Con esa vieja tan horrenda? Le respondió Jairo y el alumno le dijo: mire doctor Jairo, esa familia se sacó un entierro. Jairo Duque se puso la mano en la cumbamba y le dijo: sí, pero a vos te tocó el espanto. 

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En una ocasión el doctor Jairo Duque Pérez llegó al salón de clase donde dictaba su cátedra de Derecho Administrativo. Al entrar al salón observó que en el inmenso tablero negro estaba escrito con tiza blanca resaltada la palabra HIJUEPUTA

El doctor Duque apenas observó el escrito cogió plácida y tranquilamente la tiza y le puso la S al final de la palabra y se retiró sonriendo. 

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Walter Vélez Trujillo político bueno, guerrero y conservador alvarista, me invitó en una ocasión para una gira política por el norte de Antioquia.

Nos hospedamos en Yarumal, en la casa de una matrona conservadora quien nos atendió durante dos días. La señora tenía un hermoso sinsonte en una jaula en un precioso jardín de amapolas y orquídeas y al salir cuando le dábamos gracias a la señora por su hospedaje solidario, ella le pregunto al doctor Walter: ¿Cómo le pareció el sinsonte? Y él le contestó muy hermoso, pero canta más el plátano.  

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Cuando terminé el bachillerato con la ayuda de la señora Margarita Vásquez, emérita concejal de Medellín para la época, me consiguió una cita para una entrevista con el respetable y querido señor Darío Restrepo Villa, para ese entonces presidente del Concejo, con el fin de que el doctor Villa me vinculara como oficial tercero de la corporación.  

Para acudir a la cita me puse una corbata que me prestó mi primo hermano, el filósofo jurídico Carlos Mejía Gutiérrez.

La corbata parecía una hélice de un avión de Aerocóndor y el saco que me puse estaba más mariado que gabardina de vigilante.

Entré a la ostentosa y tétrica oficina del presidente Doctor Restrepo Villa y el dignatario estaba en su escritorio erguido e imponente con una mala carita permanente.

Al estirar la mano para saludarlo golpeé accidentalmente un almanaque cuyos días venían en tarjeticas sueltas dentro de un cofrecito, las cuales volaron raudamente por toda la oficina. Yo cauto y tembloroso iba recogiendo las tarjeticas del suelo y contestaba gangoso y frágil todas las preguntas que me hacía el presidente. 

En ese boleo de recoger tarjetas y contestar preguntas metí la pata izquierda en el tarro de la basura. Era tétrico y triste ver el espectáculo yo recogiendo tarjeticas con la pata metida en el tarro. Cuando recogí las tarjetas y logré sacarme ese puto tarro, me senté gangoso y nervioso a seguir la entrevista.

Simultáneamente empecé a mover un tornillo que tenía la silla en el espaldar. Ese tornillo se soltó y me voy de culos contra el piso y en la caída le pegué una patada al escritorio del presidente y ahí si la acabé de cagar porque volaron ceniceros, pisapapeles grapadora p’a la puta mierda. El doctor Darío Restrepo Villa pasmado y solidario me dio la mano y me levantó del suelo y me dijo de manera tranquila: muchacho váyase tranquilo que lo voy a ayudar, pero sálgase rápido de aquí antes de que se mate o me acabe con la oficina.

Al salir en el fondo del pasillo escuché la carcajada del presidente y pensé: viejo güevón en vez de haberse reído de frente.