Por Gerardo Emilio Duque
Luz Puerta Vélez era una clienta recluida en el Buen Pastor por un delito cualquiera, yo era su apoderado.
A Luz Puerta le faltaba una pierna como consecuencia de un accidente antiguo. En una oportunidad le fui a hacer la visita de asesoría jurídica y por su estado físico la asistí en el camarote. De un momento a otro Luz se levantó, se sentó en la cama, se puso un zapato e inmediatamente yo me paré, me agaché debajo el camarote, levanté un taburete, moví unas cajas. Y Luz me dijo: doctor, usted qué hace. Yo le contesté ingenuamente: estoy buscando el otro zapato. Y me respondió: doctor, tranquilo, con este tengo.
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En el municipio de Campamento, Antioquia, de grata recordación, había dos campesinos que se mantenían agarrados peleando. Hasta que un día en medio de la garrotera, uno de ellos mató al otro. El homicida fue condenado a 20 años de prisión y el difunto pal cementerio.
Cuando el preso salió de la cárcel se fue para el cementerio por la noche a amenazar al muerto: levántate, levántate pa’ seguirte dando. Cada tres días repetía la misma escena. El sepulturero ya estaba harto de ver el campesino amenazar al muerto. Una noche se escondió detrás de la tumba del occiso y cuando este llegó a joder le salió de machete en mano y le dijo con voz de ultratumba: que querés imbécil.
El campesino salió despavorido, se fue para la inspección de policía y le dijo al funcionario, un viejito que era el mismo de la época del crimen: irresponsable, sinvergüenza, cómo entierran armado a un tipo tan peligroso como ese.
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Me cuenta Winter Sánchez, abogado amigo, que en una ocasión en la época de la violencia iba un carro escalera o chiva con unos ataúdes en el capacete y al lado estaban sentados los dueños de los ataúdes pendientes de que estos no se cayeran en las curvas.
De pronto se soltó un aguacero miedoso y los pasajeros del capacete se metieron entre los ataúdes para escamparse. En una vereda cercana a Ebéjico se subió una familia campesina y les tocó en el capacete.
Los ocupantes de los ataúdes sacaron la mano para verificar si ya había escampado. Los campesinos al ver ese cuadro tan horrendo y tenebroso se tiraron de la chiva y de ese suceso salieron dos clientes para ser muertos usuarios de los ataúdes.
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Al inventor del confortativo Salomón energizante de la época, le preguntaron un día en una entrevista: hombre, por qué le pusiste Salomón a ese producto. Y este contestó: como homenaje y recordación de ese personaje bíblico peludo, que derribó las columnas del palacio del imperio romano y dijo: muera Salomón y todos los filisteos. Y el periodista le dijo: usted está equivocado, era Sansón. Y este contestó: ay juemadre, ya he vendido un millón de unidades, ya no hay nada que hacer.
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Los inventores de la pomada Peña cuentan que eran dos hermanos, uno de ellos con una piel lozana y limpia y el otro lleno de barros, cicatrices en la cara, tan horrible que cuando lloraba las lágrimas tenían que bajar en campero de doble tracción.
Un día alguien les dijo: ustedes cómo pueden vender ese producto con la cara de su hermano llena de barros. Y le contesta el interrogado: muy sencillo, pongo la foto mía en un anuncio que dice: use pomada peña, mire cómo queda y pongo la foto de mi hermano el barroso y digo: sino usa pomada peña mire cómo queda.


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