Por Gerardo Emilio Duque G.
En el barrio Santa Mónica de la ciudad de Medellín estaba tantara, un loquito personaje del barrio que tenía la costumbre de tirar una llanta de camión desde belencito hasta San Juan, llanta que en su recorrido dejaba un reguero de daños.
Tantara corriendo detrás de la llanta decía: a es que yo gozo mucho con la maldad. En una oportunidad tantara soltó la llanta con tan mala suerte que levantó a una monjita de la madre Laura que salía del convento. La monjita salió volando y le decía a Tantara, demonio perverso que te castigue mi Dios. Tantara le contestó: como me mantengo de llevado del putas me quitará la llanta.
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Llegó a Yarumal un señor que decía ser adivino y dio la dirección de su casa donde iba a atender al público. Kiko Vargas me dijo: vamos donde el adivino paque nos hable de nuestra suerte. Llegamos a la casa donde supuestamente vivía el adivino, timbramos y desde adentro contestó una voz de hombre: ¿quién es? Y Kiko le dijo: no dizque sos adivino pues.
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En un viaje que hicimos a México con la familia se presentó una emergencia en el avión al momento de despegar. La gente entró en desesperación y nervios, pero el más perturbado de todos era el campeón del programa Yo me llamo Rafael Orozco, quien se movía desesperado por todo el avión pidiendo que nos bajaran y nos cambiaran de avión. Mi hijo Federico me dijo: por qué Rafael Orozco de Yo me Llamo está tan desesperado. Yo le dije: es que él ya se murió una vez y él sabe cómo es eso.
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De muchachos en Yarumal montamos un circo pa’ los amigos de la cuadra. Entre los actos del circo anunciábamos la mujer manguera y salía una niña con un charol vendiendo mangos. Esa era la mujer manguera. El hombre gato perro, mi hermano Martin salía maullando y ladrando; la mujer araña mi hermana Beatriz me pegaba un arañazo en el brazo, el enano más grande del mundo salía mi hermano Edgar caminando como un enano; el hombre que se para en un dedo yo ponía el pie en el suelo y los otros hermanos me lo pisaban; el hombre que nació al revés salía Roberto caminando en las dos manos.
Pero el mejor espectáculo era el pato que baila. Para este acto cogíamos una parrillita eléctrica, la forrábamos con papel aluminio y un patico que teníamos lo parábamos encima del papel, se prendía la parrilla, poníamos un disco bailable. Al calentarse la parrilla el patico levantaba las patas; a la medida en que la temperatura subía el patico brincaba mucho más hasta que se tiraba de la parrilla al suelo, después de bailar encima de ella.


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