Por Gerardo Emilio Duque
Nos encontrábamos el gobernador Juan Gómez, Ramiro Valencia y el suscrito de correría por el Oriente Antiqueño. Llegamos a Granada, Antioquia, pueblo acogedor y el alcalde nos dice: señor gobernador y secretarios de despacho, cómo les perece que en este pueblo necesitamos ayuda porque todas las calles están rotas. Y un parroquiano que estaba al lado de nosotros dijo: ¿las calles? No solamente las Calles, las Marín, las Gómez, las Atehortúas, las Vásquez.
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En el almuerzo en Granada, Antioquia, en la casa de la cultura nos entregaron en vasos desechables para consumo, borojó picado en trozos. Juan Gómez miró esa vianda con desazón y con asombro y yo le dije: doctor Juan, cómaselo que es afrodisíaco y me respondió: sí, no jodás. Y le dije: el que se coma eso, se come cualquier guevonada.
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Cierto día estuvimos en Santa Rosa de Osos haciendo campaña para el senado del doctor Juan Gómez. Había una multitud interesante y mientras uno de los políticos hablaba, un señor en la mitad de la fila de las sillas murmuraba como un cucarrón. Juan Gómez es un hp, y repetía, Juan Gómez es un hp. Yo que me encontraba en la mesa principal con Juan Gómez fui comisionado por el presidente del directorio conservador de Antioquia para que le echara el cuento al señor y lo retirara del recinto. Me arrimé al viejo, le puse la mano cariñosamente en la espalda y le dije venga mijo tomemos tintico. Cuando estábamos en la cafetería le pregunté: ¿por qué estás tan bravo con Juan Gómez, hombre? Y me contestó: es que juan Gómez es un hp, yo le insistí: ¿pero por qué? Y me dijo: le voy a contar. Cómo le parece que yo era presidente del sindicato de empleados del Ferrocarril de Antioquia y un día hicimos un mitin en la Alpujarra. Nos disolvieron a la fuerza y nos sacaron de la concentración. Ese operativo estuvo dirigido por el secretario de tránsito un mariconcito ahí de bozo, arrogante y más hp que Juan Gómez. No cabía duda de que estaba hablando de mí, pero no me conoció., Me puse las gafas oscuras, me tapé el bigote con el cuello de la chaqueta, bajé la cara un poquito y le dije: ya vengo pa’ que nos tomemos media. Y no me volví a dejar ver de ese señor.
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Darío Lozada que era un visitador de saneamiento básico de la Seccional de Salud de la Gobernación de Antioquia, fue comisionado por el secretario de dicha entidad para que visitara las fincas de los campesinos y observara cuál era el estado sanitario e higiénico de las viviendas de la región.
En la correría encontró que un parroquiano no tenía baño, él y su familia hacían sus necesidades fisiológicas en una manga, a lo vaquero, agachados y espantando moscas con la mano.
El doctor Lozada le llamó la atención y le dijo: usted tiene la obligación de sanidad de hacer una letrina, sino se gana una multa, en un mes vuelvo para ver cómo va. Transcurrido un mes el doctor Lozada regresó al predio y al observar que no había construido la tal letrina, le impuso una multa de 20 mil pesos para la época y le dijo si no la hace vuelvo y lo multo.
Transcurrido un tiempo llegó el campesino a la oficina del pueblo donde laboraba el inspector de sanidad y le dijo venga pues doctor le muestro como quedó la obra. Llegaron al sitio y dijo el campesino vea pues, vea esa letrina que belleza me salió costosita pero bien, ahora si es berraco hágame cagar en ella.


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