
Por Carlos Gustavo Álvarez
“El que mortifica la carne mata el alma de su morador. Dios quiere tu misericordia, no tu sufrimiento”. (Hildegarda de Bingen, película “Visión”)
Cuando el doctor Carlos Jaramillo nos recomienda en YouTube su jugo verde que él ingiere sagrada y cotidianamente, y también nos cuenta que el apio baja el colesterol y la presión alta y desinflama, de alguna manera la está recordando a ella, rindiéndole sin querer un homenaje a esta mujer de una sabiduría inconmensurable, de un conocimiento que unió el pasado y el futuro en el presente del siglo XII.
Pasa lo mismo cuando alguien usa la Melaleuca Alternifolia, más conocida como Árbol del Té, antiséptico y cicatrizante. O si pasa por las calles de Bogotá y baja las flores de los árboles de Sauco y prepara infusiones cuando tiene tos. O se purga con leche de Higuerilla. O si en la casa se guardan como recursos de alivio los cristales de Sábila, la Caléndula, la Cúrcuma o el Jengibre, solo como una parte de esos remedios que en recetas de milagro y a través de una disciplina anticipada y visionariamente científica hace 12 siglos, hacen a la Santa Madre Hildegarda de Bingen la precursora occidental de la Historia Natural.
Cuesta creerlo. Primero, porque el mal relato de la historia nos pinta la Edad Media como una caverna tan oscura como un mundo que alumbraban el sol diario y el fuego nocturno, tan nefasta como las tinieblas que vendría a iluminar el Renacimiento. Segundo, porque a cuento de qué una mujer, ninguneadas ellas hasta el siglo XX, iba a convertirse en polímata: compositora, filósofa, escritora (aunque en realidad dictó a los amanuenses gran parte de su esplendente producción de sabiduría), científica, naturalista, médica, cabeza de dos monasterios y profetisa de hechos que nominó en animales y que se han cumplido en tres recientes siglos: la falta de justicia, el relativismo moral, el libertinaje, los líderes que se solazan en vampirizar la miseria, el saqueo del Estado, la lucha de clases, la inmoralidad.
Remitirse a la historia de quien es conocida como la sibila del Rin y la profetisa teutónica –una de las cuatro doctoras de la Santa Madre Iglesia, convertida a ese grado máximo por el Papa Benedicto XVI, quien también la santificó— es una tarea ardua y de larga duración. Tantos son los hechos y los sucesos de esta mujer que nació en el verano de 1098 y murió el 17 de septiembre de 1179. Son 81 años que, para entonces, y respecto a una mujer a quien escarmentó una salud de cristal durante toda su vida, resultan inverosímiles. O tal vez, y simplemente, prueba fehaciente de su conocimiento botánico que comenzó aplicado a la huerta del monasterio al que ingresó cuando tenía catorce años, ya emancipada en la tarea de ser curiosa por su maestra, la condesa Judith de Spanheim (Jutta), que la acompañó casi tres décadas de su vida.
Así que quien quiera pasearse por la síntesis de la andadura monacal de esta mujer admirable, pues ahí tiene a Google y a Wikipedia al alcance de los dedos. Y quien desee explayarse en su cognición, también encontrará libros de ella y de sus discípulos a través de las centurias y podrá acceder a numerosos y variados sitios web, que conservan y recrean la memoria de esta mujer de asombro.
Hoy se habla con tanta naturalidad de la visión holística y proliferan las prácticas de medicina homeopática –ojo, ejercida, incluso, por médicos alópatas, muchas veces contra la oposición de sus pares y de los cabildos que los agrupan. Aromaterapia, Naturopatía, Fitoterapia, Gemoterapia y Litoterapia, por ejemplo, surcan caminos paralelos a los grandes descubrimientos médicos y científicos y al factor que los revolucionará en un porvenir inminente: la Inteligencia Artificial.
Hildegarda de Bingen se aplicó a nueve disciplinas, que recopiló, entre otras, en su obra Liber simplicis medicine o Physica, nueve libros dedicados al curativo poder de plantas, elementos, árboles, piedras, peces, aves, animales, reptiles y metales.
Vista desde un óculo restringido puede considerarse que la santa centraba la holística en la suma de los nueve componentes de su medicina. Pero su adelanto a estos tiempos en los que moramos creyendo que lo hemos inventado todo o que el mundo comenzó justo con el lanzamiento del primer iPhone, tiene que ver con otro contexto. Hildegarda predicó la armonía con el medio ambiente, la importante avenencia entre el cuerpo y la mente y la conciencia de que somos energía y que debemos cuidarla contra los malos humores y los polvos desgraciados.
Hildegarda compositora notable de música sacra, creadora de su propia lengua, daba al sonido armónico de los instrumentos, al eco de la voz, la fuerza de la consolación y el encanto del sosiego. Y objetivamente, ratificaba en ella misma los poderes del vino (la medicina más antigua de la humanidad) y de la cerveza, junto a su ejército herbal. Consumidos los espirituosos, claro está, con la moderación de sus consejos, porque de lo contrario son un veneno para la cabeza. Ayer y ahora y todo parece indicar que siempre.
Su conocimiento se inmiscuyó en los terrenos de la depresión y del cáncer, y nada más y nada menos que el orgasmo femenino, tema que, por lo menos en las sapientes tonsuras de la orden de San Benito produjo mucho escozor.
El artículo se acaba y solo queda como un preámbulo a Santa Hildegarda de Bingen. Tómenselo al desayuno con una infusión de hinojo caliente, aconsejaba ella, más digestiva que una bebida fría. O como diga el doctor Jaramillo. En su canal de YouTube. Mil doscientos años después.
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