25 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Herodes de la pandemia, obsecuentes aliados y cómplices del mortal coronavirus: ¡A Vacunarse! ¡Salvemos a los niños!

Por Enrique E. Batista J., Ph. D

https://paideianueva.blogspot.com/

«Vacunarse es un gesto sencillo, pero profundo de promover el bien común» – Papa Francisco.   

Más y más niños en todo el mundo están siendo hospitalizados por el COVID – 19 con síntomas graves de la enfermedad. El bien reconocido Dr. Anthony Fauci ha dicho que «los niños están en peligro». (https://rb.gy/hrzvmmhttps://rb.gy/rxnkzl). A la vez el Papa Francisco recalca que vacunarse es «amor  a uno mismo, a los familiares y amigos, es amor a todos los pueblos; por más pequeño que sea el amor siempre es grande». (El lector puede ver el corto video de Su Santidad aquí: https://rb.gy/qbihae).  

La «generación postpandemial» la configurarán los niños de hoy. No sobrará insistir en que las principales víctimas, con efectos a corto y muy largos plazos, de la presente pandemia del coronavirus son ellos. Será muy necesario y preciso acentuar que muchos adultos con sus actitudes y comportamientos, desprovistos de amor, les están quitando un futuro esperanzador y hasta la vida. 

Cada vida humana tiene valor supremo sobre cualquier otra consideración, en especial si es la de los niños. Muchos adultos, en su terquedad frente a las necesarias medidas de bioseguridad y de la necesidad imperiosa de vacunarse, no alcanzan a reconocer que de cada tres personas que mueren por la pandemia queda un niño desamparado. Esto significa que de 4.3 millones de personas fallecidas a la fecha por la presente pandemia, cerca de 130 millones de menores han perdido a un padre o persona de quien dependía su diario sustento.  

La orfandad y la pobreza en todo el mundo se agiganta, mientras que en los niños, aquí y allá, se acelera y profundiza el atraso escolar y su desarrollo cognitivo, social y afectivo. Ellos ahora, como agravante muy serio adicional, representan más del 20% de los nuevos casos de infección; la cifra seguirá creciendo y también sus sufrimientos a menos que todos, sin excepción, apliquemos las muy conocidas estrategias para acabar con el demoledor efecto del coronavirus.  Los menores también se infectan y mueren por el coronavirus, pero, a la vez, transmiten el virus infeccioso. (https://rb.gy/blcwew). La incrementada crisis sanitaria es un efecto directo de los no vacunados. 

Así mismo, se cuentan por millones los niños que han entrado en los niveles más profundos de desnutrición, con los abundantes efectos adversos a muy largo plazo que ello les causará en todas las facetas de su vida física, mental y social, en sus posibilidades de progreso escolar y, más adelante, en los ingresos laborales. Como todos en el mundo, sufren de ataques diarios de ansiedad difusa, depresión y otros trastornos psicológicos, frente a los cuales carecen de las fortalezas yoicas, experiencias sociales y recursos mentales para entenderlos y paliar sus nocivos efectos. Muchos han tenido que abandonar el lugar de su residencia debido a que sus padres, o miembros de la familia, perdieron sus ingresos laborales, lo que constituye un desplazamiento y desarraigo físico y emocional.  

La caída en la atención prenatal y la interrupción de muchos servicios de salud han llevado a un aumento devastador de las muertes infantiles y también al del número de mortinatos, estimados estos en 200.000 adicionales cada 12 meses. A estas dolorosas y crueles cifras se suman los nocivos perjuicios producidos por los muchos más altos niveles de desnutrición, según datos de la UNICEF.  (https://rb.gy/poczh4). 

A todas esas adversas consecuencias, que muchos ignoran o no quieren ver, se suma el incremento de las tasas de suicidio en toda la población y en especial entre los más jóvenes, el riesgo incrementado de violencia intrafamiliar, divorcio, alcoholismo, explotación y abuso sexual de menores. En un mundo que clama por la inclusión de sexo, estos efectos perversos de la pandemia se dan mayormente entre las niñas, con las onerosas consecuencias por el resto de sus vidas. No hay suficiente personal de psicólogos, consejeros escolares o psiquiatras que puedan atenderlos y apoyarlos ante estas horribles consecuencias de la pandemia. 

En términos de progreso escolar, los niños han padecido un severo retraso en los procesos formativos académicos y en la adecuada y oportuna socialización. Se estima que más de mil millones de niños en el mundo han sido severamente afectados en su progreso escolar, creando serias dificultades para que el desueto modelo educativo vigente pueda atender la gravedad del atraso. 

A esta tragedia se suma la deserción escolar permanente. Abandono que no ocurre de súbito sino de manera progresiva y constante, por lo que la cifra exacta que se pueda estimar ahora será imprecisa; el abandono escolar necesita no sólo ser proyectado en el futuro cercano, con frías, angustiantes y acusadoras cifras estadísticas, sino ser evitada. Muchos niños tendrán que trabajar para suplir las necesidades  hogareñas de manutención, abandonarán los estudios, lo cual, como será evidente, ocurrirá entre los más pobres, precisamente en aquellos que requieren con mayor urgencia personal, social, laboral y económica de una educación de calidad. Sus vidas han cambiado y seguirán cambiando de manera acelerada e intensa, para lo cual no tienen muchas herramientas que les permitan entender las afectaciones negativas, defenderse de ellas y superarlas.  Así, ellos son hoy, y lo serán en el largo plazo, los más afectados en múltiples facetas de su vida por la pandemia.  

Aquellos adultos, que no toman las medidas preventivas frente a los devastadores efectos de la pandemia son lo que mantienen a los niños encadenados e indefensos para que sufran sus mortales efectos. Los niños se infectan y se hospitalizan ahora con más frecuencia y sufren secuelas físicas y mentales, a largo plazo. La imperiosa necesidad de una escuela abierta y renovada en su modelo se sigue postponiendo. Entre más tiempo fuera de la escuela se mantengan a los niños, menor será su motivación, se incrementará el retraso escolar, aumentarán las dificultades de aprendizaje y el abandono escolar.  

La pandemia del coronavirus puso en jaque al modelo trasnochado de educación vigente, a la naturaleza de muchos de los procesos sociales y laborales, también al futuro de la sociedad y con todo ello al de niños y jóvenes. Se cerraron las aulas, maestros y alumnos se exiliaron y confinaron en sus casas. Ante estos hechos inéditos no ha habido claridad, ni esperanza cierta sobre a dónde nos lleva esta montaña rusa que parece no tener final con brotes de renovación sucesivos. No se sabe cuál será ese mundo mejor que tanto se había proclamado antes del maléfico evento sanitario mundial. Algunos han clamado el regreso a la normalidad, a la misma escuela de la prepandemia, con profundo criterio de negación como si nada hubiese pasado. De hecho, muchos niegan la pandemia e invitan con pensamiento obtuso, lineal y sin escrúpulos regresar para «ponerse al día» con contenidos no dictados y nada aprendidos, sin ninguna consideración a las angustias y necesidades de alumnos y maestros que padecen severos efectos físicos, mentales, sociales y económicos. Par algunos hasta reabrir las puertas de las escuelas. 

Desde los gobiernos se ha carecido de arrojo innovador y de la capacidad o voluntad para tomar, con la coyuntura propicia que ha creado el funesto hecho sanitario mundial, la oportunidad para crear con innovación social una novedosa y necesaria nueva escuela, superando la actual muy impropia, recorrida de serias falencias e inadecuaciones; sustituirla para que deje de ser lo que no debió ser y para poder construir entre todos la que es menester. 

Desde una perspectiva psicológica, los adultos renuentes y abiertamente contrarios a ser parte activa y solidaria en el combate contra el coronavirus anejan su propia ansiedad y confusión mediante la negación patológica de la realidad en la que están inmersos, negación que tiene los efectos conocidos de mayores niveles de infección, mutaciones del virus, mayor número de muertes, nuevos brotes y las escuelas cerradas con niños sufriendo el intenso atraso en sus procesos formativos.  

Esas personas se infectan, infectan a otros, prolongan la duración y efectos perturbadores de la pandemia, y obscurecen mucho más la buena nueva del derecho a la esperanza para los niños y, con ellos, para toda la sociedad presente y futura.  A esos adultos renuentes y a los dispersores de información falsa sobre el virus y las vacunas, no les importa saber que con su actitud seguirá creciendo la desesperanza y con ella la tasa de suicidio entre los menores; son de oídos sordos frente al palpable hecho de que la expectativa de vida de ellos mismos, como la de todo el mundo, también se ha reducido en varios años.  

En el caso de los maestros, así como el personal administrativo y de servicio en las escuelas, aparte del cumplimiento pleno en las instituciones de educación de los protocolos de bioseguridad, se requiere que tengan vacunación completa. Los padres de familia tienen derecho a cuidar la salud y vida de sus hijos y a que en las escuelas existan y se apliquen dichos protocolos. No podrá ingresar a las escuelas persona alguna que no tenga vacunación completa. 

El derecho a la vida es el superior de todos los derechos. Cada vida humana tiene valor sobre cualquier otra consideración. Prima el derecho vital de los niños. Como están siendo condenados a la enfermedad, al trabajo o al rebusque prematuro, a la pobreza, a la orfandad, a la enfermedad y hasta la muerte, la vacunación de cada persona debe ser obligatoria.  El derecho de los renuentes llega hasta donde amenace la salud, integridad y la vida del resto de la población. 

Esos son, con infortunio por millones, los nuevos Herodes que condenan a los niños al sufrimiento, a la desesperanza y hasta a la muerte. Vacunarse, como señaló el Papa Francisco, es un acto pequeño pero grande, un gesto sencillo por el bien común.