Por Juan Carlos Mora
Hay momentos que nos sobrecogen. Noticias que no deberían repetirse, rostros que no deberían apagarse, familias que no deberían llorar. Hay silencios que duelen. Y otros que gritan.
En estos días he sentido la necesidad profunda de escribir. No desde el cargo que ocupo, sino desde el lugar más humano que tengo: el de colombiano, el de papá, el de ciudadano que no quiere acostumbrarse a que la vida duela tanto.
Vivimos en un país donde muchas personas se levantan sin certezas. Más de 6 millones de colombianos no pueden garantizar hoy una comida completa. Uno de cada dos jóvenes no tiene empleo. Y más de 200 líderes sociales han sido asesinados solo en el último año. Detrás de esas cifras hay historias reales. Hay miedos, hay sueños truncados, hay una sensación colectiva de fragilidad.
Y eso no puede parecernos normal.
Nos equivocamos como sociedad si creemos que la vida de algunos vale más que la de otros. Nos equivocamos si seguimos creyendo que la desigualdad es un tema técnico o lejano. La desigualdad mata. Mata oportunidades, mata confianza, mata futuro.
Como empresario, y como parte de una organización que acompaña la vida financiera de millones de personas, tengo claro que el progreso no se mide solo en cifras. Se mide en bienestar, en dignidad, en la posibilidad real de que cada persona pueda vivir tranquila, segura y con esperanza.
Como ciudadano, no quiero quedarme callado. Porque el silencio también duele.
Hoy escribo para decir que me duele el país. Me duele la tristeza que cargan tantas familias. Me duele la injusticia que parece repetirse. Y me duele, sobre todo, que empecemos a normalizar el dolor.
Pero también escribo con esperanza. Porque creo en el poder de lo que hacemos cada uno. Creo que las empresas, los líderes y que los equipos humanos, podemos hacer más. Y debemos hacerlo. Desde el lugar que tengamos, con la voz que tengamos, con los recursos que tengamos.
Esto no es un mensaje político. Es una reflexión ética, humana, íntima. Un llamado a recordar que nada —nada— justifica la violencia. Que la vida debe ser lo más sagrado. Que cuidar al otro no es un favor, es una responsabilidad compartida.
No tengo todas las respuestas, pero sí tengo una certeza: Colombia necesita más compasión, más coherencia y más acciones colectivas que transformen. Porque la vida no puede doler tanto. Y entre todos, podemos y debemos cambiarlo.
Mis condolencias a toda la familia de Miguel.
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    

                                        
                                        
                                        
                                        
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