Por Oscar Domínguez G. (Foto)
El eterno femenino, encarnado en el equipo Formas Íntimas, y el fugaz masculino, representado en el Envigado, fueron los campeones del Baby Fútbol que se jugó en Medellín para recibir al flamante 2025.
Este Hay Festival deportivo anual reunió 8.900 deportistas de seis países que compitieron por la fugaz inmortalidad en 27 disciplinas. Hip, hip, hurra, por el semillero de deportistas patrocinados por Comfenalco, el Inder y la Alcaldía… Los asistentes les dejaron platica como arroz a los sonrientes comerciantes.
Telemedellín y Teleantioquia transmitieron la fiesta. Que el dios del fútbol mantenga a rebosar de pan y vino la mesa de los narradores y del profe Peláez que hablaban de los pelados como si aludieran a James Rodríguez o a Lucho Díaz. Desde otros países reportaron emocionada sintonía viejas gloria como el Cunda Valencia o el Pánzer Carvajal.
Tengo apuntados en un papelito nombres de deportistas que escribirán la historia más tarde. Recuerdo a Keila Hernández y Juan Estaban Salas, autores de los goles que hicieron campeones a sus equipos.
Viendo jugar fútbol en la Marte – dios de la guerra para los romanos- recordamos esa segunda patria llamada infancia. (El fútbol de las Martes Uno, Dos y Tres era el aperitivo de los partidos en el estadio bautizado en memoria del prócer Manuel Atanasio Girardot Díaz, simplemente Atanasio Girardot. Que no falten los esquimales (helados) de La Fuentes o la fritanga para acompañar la liturgia del fútbol).
En la forma de jugar se notaba que los chicos que estuvieron en el Hay Festival deportivo han capado clase de lo lindo para lograr intimidad con el útil, exótico sinónimo que la crónica deportiva le dio al balón. En el corazón de los pequeños jugadores ronca la ilusión de llegar a la profesional. “El sueño del Pibe”, del que habla el tango.
Viendo las transmisiones me sentí en los peladeros de Aranjuez detrás del cuero. O en las mangas de Ciegos y Sordomudos. En cada uno de los menudos veía la figura de Caliche, el hombre que parecía un domingo. Asombraba con su arte en la cancha sagrada de la escuela José Eusebio Caro.
En la tribuna de la Marte, los padres hacían fuerza hasta herniarse. Allí estaban la tía que le regaló a su sobrina los primeros acostumbradores, la primera o la última novia, el tendero que fía al final de la proletaria quincena. Algunos locos bajitos acababan de desertar del tetero o de los pañales para vestirse de cortos. Terminado el partido iban a dar a la tierra prometida de mamá a recibir el beso con babas de felicitación, o la metáfora precisa para minimizar la derrota.
Los entrenadores estuvieron prestos a imitar a mi entrenador el Ronco Martín Uribe, de Envigado, quien lloraba de felicidad en los triunfos, o nos regalaba o alquilaba lágrimas en los reveses.
Hace unos años pillé en una final del Baby Fútbol al maestro Alexis García quien vio “la luz en el barrio La Floresta, de Medellín, donde conocí del fútbol y de la vida”. Sabía de qué hablaba el hijo de doña Neiva y don Ceferino. Como lo sabía el novelista español Javier Marías para quien el fútbol es la recuperación semanal de la infancia.


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