28 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Hablar al alma 

Carlos Alberto Ospina

Por Carlos Alberto Ospina M.  

No se trata de hablar sin ton ni son, tan solo volver un hábito la expresión amable y sincera que atrae a los demás. A causa de distintas razones nos acostumbramos a ir con la ropa incómoda de la palabra agresiva, la desconfianza, el prejuicio, la antipatía y el desprecio por el otro. Parece inconcebible la algarabía y los besos efusivos a la mascota; en cambio, la parquedad e indiferencia frente a los abuelos, los padres, los niños o los desamparados. Sí, cada cual elige a quien amar; no obstante, concurre un orden natural de las cosas atado a la valoración, la gratitud y la dignidad de la persona.  

Uno echa por el camino que elige en cuanto a la forma de tratar a la gente corriendo el elemental riesgo de identificarse o no, puesto que la percepción y los sentimientos son imprevisibles. En ese escenario de lo inadvertido, la carga afectiva depone las armas en presencia de una sonrisa espontánea, un “buenos días” o un “hola” acompañado de la mirada a los ojos de aquel que está detrás del mostrador. Llena el ánimo apreciar que alguien logró sosiego a partir de tomar la decisión acertada de ser afable sin poner la cruz a cuestas sobre los hombros ajenos. 

Tender la mano es un acto que interpreta la música del corazón a manera de anticipar un abrazo suplicado en medio de la orfandad emocional de muchos. En el ámbito de las recónditas pasiones no hay que estrechar el cuerpo ajeno para que conspire la generosidad en función de alguien que cuenta y no pasa desapercibido por más que impere el egoísmo mundano. A voz en cuello se pregona la inclusión, el respeto a la diversidad y la libertad de expresión; en contravía, a los comportamientos autistas, el rabiar de dolor y la profunda soledad de millones de individuos. 

En muchas ocasiones los huérfanos de amor y de cercana compañía reciben el doble de humillación. El adulto mayor abandonado debido a su lánguido caminar, la cuidadora del enfermo crónico que no tiene espacio para disfrutar el café ni para aliviar su callado sufrimiento, el joven absorto que implora atención, la divorciada con el cúmulo de pasiones obstruidas, el desempleado que rumia su incertidumbre, el hombre con movilidad reducida que ansía pisar la arena de la playa o el pensionado fuera del trato social; en fin, todos en algún momento somos el inexpresivo paisaje de una efímera imagen en blanco y negro. 

Ante la perplejidad, la desesperación, el aislamiento, el miedo y la aflicción inherente al hecho de existir, una buena acción con el prójimo consiste en tocarle el alma y alegrarle el corazón. ¡No es mucho! únicamente reivindica la sencillez, a la vez que hace el contraste por un breve instante. Vale la pena ser y actuar diferente.