24 abril, 2024

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Habitabilidad escolar para proyectos formativos disruptivos

Por Enrique E. Batista J., Ph. D. (foto) 

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A finales de junio de 2021 la Unidad de Inteligencia de The Economist publicó el Índice Global de Habitabilidad que analizó a 140 ciudades en el mundo con cerca de 30 variables agrupadas en cinco categorías: Estabilidad, cuidados de la salud, cultura y medio ambiente, infraestructura y educación. (El lector puede leer el resumen ejecutivo aquí: https://rb.gy/zaxxda). Nueva Zelandia, Japón, Australia y Suiza encabezaron la lista de ciudades con mejores niveles de habitabilidad; con los menores índices estuvieron ciudades en países como Siria, Bangladés, Pakistán, varios africanos y Venezuela. Dada la publicación de este Índice, que tiene a la educación como una de sus principales variables, conviene presentar algunas consideraciones sobre la habitabilidad de las escuelas como sitios de residencia de la inteligencia y de gran variedad de talentos. Ahí reside el proyecto social más importante, reside la sabiduría, reside el futuro de cada estudiante, de la familia, la nación, la cultura, la sociedad y del planeta en general.  

Con frecuencia se señala que las escuelas son un segundo hogar, un hospicio en donde mentes y corazones tiernos ingresan para nutrirse de los más altos valores humanos con el fin de desarrollar la inteligencia que emana y crece de manera permanente en todos y cada de los alumnos, porque escuela es igual a la cruda y ruda emoción hecha razón, amor y cognición.  

La necesidad de construcciones físicas de las escuelas para una educación disruptiva entra en conflicto, más que frecuente, con las concepciones rígidas y tradicionales de la arquitectura. Ha sido erróneo pensar que existe una escuela cuando se tiene una construcción física. Eso equivale a tener el cascarón de un huevo, vacío, sin nada vital y de futuro adentro. Ese cascarón no puede llamarse escuela. Para serlo debe albergar un preexistente proyecto social y otro pedagógico. Corresponde a la escuela ser un «hóspito» lugar, un hospicio de habitabilidad, con condiciones para albergar a la comunidad educativa y facilitar a cada uno el logro de preciadas metas individuales y sociales. Sólo cuando las construcciones escolares son ese hospicio de habitabilidad cabe la potenciación de la inteligencia, conciencia, virtudes y talentos de los alumnos, como también la satisfacción personal y profesional de sus maestros orientadores. Ellas, las escuelas, no son sólo espacios físicos, sobre determinados por añejos conceptos arquitectónicos, sino construcciones conceptuales en permanente evolución, regidas por metas sociales y proyectos formativos amparados en fundadas prácticas pedagógicas sujetas a experimentación y validación constante.  

El proyecto arquitectónico, bien o mal construido desde lo material, con inusitada frecuencia resulta ser inane para la residencia, cultivo y fomento de la inteligencia, un lugar inhóspito, inadecuado y ruinoso para los propósitos formativos que, entre otros efectos adversos, distorsiona y vuelve rígida la relación pedagógica, condena a alumnos y maestros a prácticas pedagógicas envejecidas, impropias para los tiempos, lejos de las posibilidades de innovación y experimentación permanentes. La fuerza restrictiva que llega a imponer la construcción conduce a que el proyecto formativo adquiera formas de enseñar y de aprender pasivas, contrarias a la siempre muy activa mente e inteligencia inquisidora de los alumnos y a la capacidad de innovación de los maestros. 

La arquitectura así está muy lejos de las necesidades de una escuela para los nuevos ambientes de aprendizaje y de la adecuación de ella a las exigencias de los sustanciales avances sobre el aprendizaje que se derivan, entre otras, de las ciencias cognitivas. Está muy distante de las necesarias disrupciones que claman los servicios educativos en el mundo. La arquitectura escolar dominante se estancó y carece de creatividad y de  sensibilidad frente a los cambios profundos que vivimos; está encerrada en viejas concepciones de la escuela como un agregado de aulas, desconoce los que hoy son y deben ser los múltiples ambientes escolares de aprendizaje, siempre activos e interactivos, para enseñar y aprender, para formar a estas y a las sucesivas generaciones, para incrementar la pertinencia y valía de la escuela, para motivar el interés de los alumnos por la escuela y su permanencia de los estudios.  

Se ha recurrido al diseño de ambientes escolares sin contar con la experiencia y sapiencia de los maestros, de espaldas a los proyectos educativos de las diferentes instituciones. Se han diseñado arquitectónicamente las escuelas para estandarizar, para homogeneizar lo que no se puede, con el efecto pernicioso de limitar el inherente proceso de disrupción educativa y de innovación pedagógica.  

La habilitación de espacios físicos es una condición esencial para alcanzar las metas formativas que fija el respectivo modelo educativo. Esos espacios deben ser habitables en el sentido de que tienen que satisfacer criterios de adecuación para la naturaleza de los diversos procesos de enseñanza y de aprendizaje, adaptables a distintos propósitos formativos. Si el habitar es una característica fundamental del ser humano, las construcciones de la escuela no se compadecen con las innovaciones y las trasformaciones sociales, científicas y tecnológicas que afectan lo que se enseña, cómo se aprende y qué se aprende. Pero se ha insistido en construcciones no habitables para el desarrollo de la inteligencia, la creatividad y la buena ciudadanía.  

Habitar no es estar físicamente en un lugar. Habitar es desarrollar y cumplir acciones humanas para alcanzar niveles satisfactorios de calidad de vida. Como centro de la inteligencia, la escuela es el espacio habitable por excelencia; su habitabilidad no la determina la arquitectura, pero esta puede constreñir la realización y alcance de sus propósitos esenciales.  

La arquitectura vigente privilegia al aula como espacio único de aprendizaje. Se ignora, y se actúa con alguna forma de repetición compulsiva, que la construcción escolar varía según el nivel educativo, que debe facilitar la innovación pedagógica y la introducción de las más avanzadas y reconocidas innovaciones que se han dado sobre la enseñanza y el aprendizaje escolar. La creación de ambientes favorables para el progreso escolar parte del reconocimiento de que ellos varían, a la vez, según los diferentes proyectos educativos, los cuales, en distintos contextos regionales o culturales, exigen ambientes físicos flexibles y adecuados a los fines formativos propios de cada nivel, región y cultura. Las disrupciones educativas exigen que los mismos faciliten el trabajo por proyectos, la incorporación de los muy necesarios y variados recursos tecnológicos y las diversas estrategias de aprendizaje mediante áreas formativas integradas. 

A la construcción de plantas físicas preexiste por obvias razones  la propuesta formativa escolar. Aquella se tiene que plegar necesariamente y sin excepción a esta. Usualmente desde la arquitectura se piensa que el constructor le da vida al espacio físico, pero que la vida y alma se la tiene que dar el habitante, aquel que ocupa el lugar construido. Es y debe ser al revés, el constructor tiene que plegarse al cuerpo y alma del proyecto formativo, de lo contrario este puede no caber en la idealización romántica del constructor. Hoy se acepta que: «A lo largo de la historia el arquitecto erróneamente ha intentado enseñar a los habitantes cómo vivir los espacios… Los objetos arquitectónicos son simples medios o instrumentos que no tienen su fin en ellos mismos. Su finalidad va más allá, consiste en la satisfacción de las necesidades espaciales del hombre habitador». (https://rb.gy/yiyihp). La habitabilidad escolar es un asunto de pedagogos no de arquitectos constructores. 

Para que las escuelas sean habitables se precisa asegurar las muy descuidadas variables de: bienestar, comodidad, higiene, salud, seguridad física, sustentabilidad, control de temperatura, ventilación apropiada, control acústico, agua potable, flexibilidad para el uso de los espacios y ambientes, zonas verdes y de recreación, manejo de desechos, accesibilidad, adecuación para la incorporación de nuevas tecnologías, disposición permanente de energía eléctrica, conectividad estable a Internet con suficiente ancho de banda, y estrategias innovadoras para el aprendizaje. La calidad de la educación se asocia a la presencia de estas variables, sin ellas se afecta de manera grave la posibilidad del progreso escolar de cada uno y de todos los alumnos. 

La calidad de los procesos formativos se fundamenta en qué tan adecuados, flexibles e innovadores son los espacios escolares para generar ambientes múltiples e interactivos de aprendizaje educativamente habitables (https://rb.gy/fwuzgi). La calidad de vida en espacios de habitabilidad escolar supone que la arquitectura de las instituciones educativas favorezca la generación de ambientes físicos educativamente habitables y facilite las necesarias disrupciones educativas y pedagógicas para superar añejas e improductivas prácticas escolares.