
Por Carlos Gustavo Álvarez
Piensa que esa fiesta que reúne a 71.000 espectadores en el Estadio Olímpico de Berlín y a 63.500 asistentes al Hard Rock Stadium de Miami, y a cientos de millones de humanos estampados en las pantallas donde transmisiones cada vez más sofisticadas y minuciosas los hacen sentir como si estuvieran en las gradas frente a la grama candente, piensa que esa apoteosis comenzó cuando el pie de un niño se encontró con una pelota.
Eso es el fútbol, la unión del pie y de la pelota, una bola de plástico, de trapo, un balón viejo, una esfera de lujo, y le empezaste a pegar, a conocer el movimiento de tu cuerpo, a descubrir la finta, soliviantar el amague, consumar el dribling. Piensa que estabas en el potrero, el descampado, la playa, la cancha. Piensa que no tenías zapatos e ibas descalzo y aprendiste a pegarle a esa pelota con la fuerza de tus entrañas para que adquiriera la potencia de un ciclón y se metiera imponente e inatajable entre dos puntos, dos señales que llamabas arco, portería, allí, justamente, donde empieza la palabra que es como una cábala, un abracadabra, un conjuro de vocablo mágico y también bendición que te salía del vientre, mientras saltabas y corrías y volcabas tu euforia frente a una cámara invisible que registraba tu triunfo y repetías:
¡Gol! y ¡Gol! y ¡Goooool!
Piensa que te llamabas Edson Arantes, Armando, Lionel, Cristiano, Kylian, Carlos, David, Neymar, James o que comenzaron a decirte Ronaldinho o Pelé o Garrincha o “La pulga” cuando empezaste a reunir gente para verte, para degustar tus jugadas, para ensalzarte. Y piensa que te levantaban en hombros, que tus compañeros de equipo te felicitaban, que ponían en ti la esperanza única y salvadora del desempate o de la victoria o de la atajada como si fueras “La araña negra”, como si sorprendieras con la atrapada imposible de Donnarumma o si te lucieras volando como Buffon, como Casillas, como Carrizo, como…
Piensa que jugaste y jugaste. Piensa que pateaste y pateaste. Piensa que entrenaste y entrenaste. Que soñabas con el balón, con la cancha, con el arco perforado por tus goles, con el penalti detenido en la inmensidad de ese rectángulo esquivo. Piensa que solo vivías para el fútbol. Y tu escuela fue el fútbol, tu colegio el fútbol, el fútbol la universidad de tu vida, siempre llamado, el alineado perenne, la figura.
Y piensa que el mundo, sí, el entero mundo, comenzó a conocerte, a seguirte, a buscar tu firma cuando pasabas, a rebuscar una foto, una selfie, a comprar tu camiseta cuyo número se volvió tuyo, como pegado al cuerpo, como grabado en la espalda, como marcado con una señal bendita. Y la vida cambió y eres famoso y cuando vuelves al pueblo, cuando regresas al puerto, cuando apareces por el barrio donde creciste pegándole a esa bola con tus pies poderosos, tu zurda que se cotiza en oro, eres lo más importante que les ha pasado y todos dicen que te conocieron cuando eras niño y estiran la mano para figurar tu estatura exigua, y ya se le notaba que era un crack, dicen, y yo jugué con él y yo hacía paredes con él y yo tapaba en el equipo de él, tú, la estrella, el astro, el futbolista.
Y piensa que hoy cuando 44 jugadores colombianos, españoles, argentinos e ingleses pisen las canchas lustrosas de Berlín y de Miami para dar pitazo final a la Eurocopa y a la Copa América, para desgarrarse la piel y entregar el alma en ese verdor, ellos serán los héroes gloriosos y serán tú, también, hombre o mujer que estarás con ellos allí, sí, y serás grito, aplauso, vítor, grosería, inocencia y pecado de palabra, maldición y ruego a Dios, desesperación y gloria, y piensa que te comerás las uñas y te enardecerás, y vas a llorar de rabia o a exaltarte de frenesí, piensa, en fin, que vas a vivir un cataclismo del ánimo, una sensación transfigurada, un huracán de emociones que solo es posible porque el fútbol existe desde toda la vida, porque ese juego de pelota se llamaba epyskiros hace 400 años en la Antigua Grecia, y si crees en Dios le darás las gracias porque estás viviendo para ver esta fiesta, este espectáculo, este clímax deportivo que no se repetirá, y reverenciarás a la vida porque el fútbol existe y en tu garganta se ahogará el grito, se secará la fuerza de tu voz, saldrá triunfante la palabra fantástica de resplandor ecuménico y el balón en la red será un sol en el Universo donde replicará el bullicio sideral que aprendiste desde niño para designar el destino último del balón:
¡Gol! y ¡Gol! y ¡Goooool!
Más historias
Vistazo a los hechos: Las mentiras y groserías de Petro
Contracorriente: ¿Mezquindad? ¿Vergajada?
La JEP: ¿13 años más de lo mismo?