28 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Gracias, muchas gracias

Por Rubén Darío Barrientos

Han sido, entonces, casi veintidós años de dispensar la disciplina de escribir bien, regular o mal, pero siempre con agrado y con devoción.

Ser polifacético y tratar los temas de más próxima actualidad, fueron mis faros como columnista.

Cierro voluntariamente un ciclo de mi vida, como columnista de EL MUNDO. Mi primer artículo se publicó el sábado 16 de mayo de 1998 y lo titulé: “¡Prohibido emplearse sin suerte!” Trece días después (29 de mayo, viernes), se produjo la segunda publicación: “¿Salarios o aludes de plata?”. La tercera, fue martes; la cuarta, miércoles y así sucesivamente me fui yendo como un columnista eventual, sin fecha atornillada. La primera fotografía acompañante, se produjo en la cuarta columna y el nombre de “Largo & Ancho”, advino en la décima cuarta columna (“La absurda edad penal”), que salió el domingo 6 de septiembre de 1998. Ya era columnista de la plantilla del periódico, pero con periodicidad quincenal. Más tarde pasé a semanal.

Esa primera columna, tuvo como actor a don Arturo Giraldo Sánchez, quien fue profesor de mi fallecida hermana Ana Patricia Barrientos G. en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de Antioquia, y quien era el editor de opinión de EL MUNDO. Oficiaba, además, como subdirector y mano derecha del doctor Guillermo Gaviria Echeverri. Era un purista para escribir. Me arriesgué, en plena ansiedad, a dejar una columna en la portería del periódico, en su sede de Los Colores, en una época en que los artículos no se enviaban por correo electrónico, como hogaño, sino que se remitían en físico y se transcribían en el medio. Era una especie de tiro al aire, porque don Arturo no sabía quién era yo y porque en un periódico, es apenas natural que la nómina de columnistas deba ser conocida y no arriesgada desde un N.N.

Hubo gentileza de don Arturo, porque publicó la columna como a los quince días. Supone uno, que alguien no envió el artículo habitual y se aprovechó ese “hueco”. Animado con ello, envié la segunda y se publicó. Y la tercera, y se publicó. Ahí fui al periódico, animado por estas salidas a la luz pública y me le presenté a don Arturo y le entregué mi fotografía. Me atendió muy bien y desde entonces, fui formando parte de la selecta nómina de articulistas. Era todo un honor, porque EL MUNDO tenía un gran reconocimiento de las páginas de opinión y sus editoriales eran un suceso siempre. Me sentí muy orgulloso y muchas personas ya me señalaban como columnista. Me tocó pasar los filtros del ya citado don Arturo Giraldo (quien estuvo en dos épocas), Jairo León García U., Irene Gaviria Correa y Luz María Tobón V., todos extremadamente amables y generosos conmigo. Y del gran director, el inigualable Guillermo Gaviria Echeverri.

Han sido, entonces, casi veintidós años de dispensar la disciplina de escribir bien, regular o mal, pero siempre con agrado y con devoción. En definitiva, ser columnista tiene una metamorfosis única: se viste primero de hobby y luego, termina siendo una responsabilidad con el medio, con los lectores y con las personas que se aluden. Ser polifacético y tratar los temas de más próxima actualidad, fueron mis faros como columnista. Y tratar de darle un buen producto al medio y al lector, se constituyeron en puntos de referencia que nunca abandoné. Terminé siendo articulista semanal de los viernes, tras venir de los jueves, haber trasegado los miércoles y haber sido público también los sábados, domingos, lunes y martes.

Quiero darles las gracias a todos: al medio que me permitió sostener una columna por tanto tiempo, a sus directores aludidos, editores de opinión en comento, periodistas (como Nacho Mejía y Carmen Vásquez, y honro la inolvidable pluma de Jorge Gómez Vieira) y en esta última época a Irene Gaviria Correa y Luz María Tobón Vallejo. Por supuesto, a los lectores que me escribían, que me comentaban mis artículos, que me intercambiaban opiniones y que, en no pocas ocasiones, refutaron mis argumentos. Era un ejercicio de deleite. El columnista no cambia el mundo, pero por la benevolencia del medio, tiene el privilegio de expresar pública y abiertamente una opinión. Eso es suficiente para no claudicar en este maravilloso ejercicio del concepto. Al periódico El MUNDO y a sus directores y colegas columnistas, les deseo el mejor año y que todo siga siendo creciente en esta fase de solidificar periodismo moderno e incomparable. Gracias, muchas gracias. Otra vez, muchísimas gracias.