29 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Gaviria o la reencarnación de Santos

Saul Hernandez

@SaulHernandezB 

Por Saúl Hernández Bolívar 

Si Alejandro Gaviria fuera honesto, tendría que haber renunciado al Ministerio de Salud o haber vetado todo el uso de glifosato en Colombia. 

Nadie se lanza a una candidatura presidencial porque sienta que puede conciliar extremos o frenar la polarización sino porque siente que puede ganar. Por eso se lanzó Alejandro Gaviria, porque un comité de aplausos venía inflando su candidatura con el cuento de ser un académico de extremo centro —un Fajardo de traje y sin melena— que está lejos de Dios y del diablo y que supuestamente tiene las soluciones innovadoras para sacar del atolladero a Colombia. 

Sin embargo, Alejandro Gaviria es más de lo mismo, o peor. Para empezar, es un político tan tradicional como el que más, cercanísimo al inefable expresidente César Gaviria Trujillo, quien viene siendo su jefe. Además, es hijo de Juan Felipe Gaviria, exalcalde de Medellín y exgerente de las Empresas Públicas durante la administración de Sergio Fajardo, gestión en la que quedaron muchas cosas por explicar. Y, como si fuera poco, es un conspicuo representante del farcsantismo, pues siendo ministro de Santos durante seis años, se prestó para impulsar la política de drogas que se exigió en La Habana. Sobra decir que como ministro de Salud no dejó mucho qué mostrar. 

Y no le faltan a las propuestas de Gaviria los lugares comunes que esgrimen todos los candidatos, como bien lo señala el doctor Alfonso Monsalve en reciente columna: «…meras generalidades, como la reivindicación de la libertad en un estado liberal, la necesidad de ampliar la cobertura de la educación, el respeto al pluralismo y la lucha contra la corrupción, la necesidad de un ingreso mínimo para los pobres y vulnerables, la reforma al sistema de salud, la necesidad de una política tributaria progresiva» y otras promesas para la galería. 

Es decir, nada nuevo al sol.  Pero escarbando un poco más se colige que A. Gaviria es un mamerto vergonzante  —como también le da vergüenza su origen antioqueño—, pues se vende como de centro pero comulga con todas las ideas del marxismo cultural, todo lo cual constituiría su «legado» para el país de llegar a la primera magistratura: aborto ilimitado, eutanasia exprés, libre consumo de drogas —y acaso también la producción—, políticas de género y el uso de la «crisis ambiental» como pretexto para cualquier clase de medidas extremas contra la economía y, a la postre, el  modus vivendi de la gente. Propone una «reconceptualización del crecimiento económico y la productividad»:  a buen entendedor…. Además, es ateo, para más señas. 

Si semejante revolución por decreto que propone les puede parecer a muchos un discurso centrista, nótese que el candidato Gaviria considera que se debe profundizar en el acuerdo de paz haciendo énfasis en los derechos y libertades de la gente. Como buen populista de izquierda, no habla de deberes; desde ya está ofreciendo toda clase de prebendas y subsidios, como el ingreso mínimo para familias vulnerables, pero sin decir quién va a pagar el almuerzo, todo un exceso para un economista. 

Pero haber pasado sin pena ni gloria por su largo ministerio, no puede quedar como un simple hecho anecdótico. Es que una falaz decisión de Alejandro Gaviria ha tenido consecuencias funestas para el presente del país. En La Habana se exigió suspender la fumigación de cultivos ilícitos con glifosato y fue Gaviria quien procedió a argumentar que alguno de tantos estudios afirma que esa sustancia es probablemente cancerígena y que por consiguiente debía prohibirse su uso en la erradicación de la coca basándose en el principio de precaución. 

Como se previó desde entonces, esa medida inundó a Colombia de cultivos de coca como nunca, disparó la producción de cocaína a niveles estratosféricos y exacerbó la violencia en las zonas cocaleras, sobre todo en contra de los líderes que abogan por la sustitución de los cultivos ilícitos. Igualmente, contribuyó al fracaso de la cacareada paz de Santos, pues hoy hay tantos combatientes como hace cinco años, empezando por las mal llamadas disidencias de las Farc. 

Si Alejandro Gaviria fuera honesto, tendría que haber renunciado al Ministerio o vetar todo el uso de glifosato en Colombia. Es que ese producto no puede ser cancerígeno para fumigar coca en las lejanías de la geografía nacional e inocuo para asperjar toda clase de cultivos en las zonas agrícolas del país. Hace apenas un mes, un estudio de la Unión Europea determinó que el glifosato no es cancerígeno, cosa que Gaviria siempre ha sabido, pero que desconoció a expensas de su farcsantismo. Con semejante precedente, es obvio que, de llegar a la presidencia, sería como un tercer periodo de Santos, un nuevo gobierno de Juan Manuel Santos en cuerpo ajeno.