Ya que estamos de mucho amor y amistad, desde mi óptica de ¡septuagenario! hablaré de esos amores platónicos que suelen tener la edad de nuestros sueños, como escribió un desolado cronista francés a la muerte de la alemana Marlene Dietrich quien era sexi hasta cuando dejaba el talón al desnudo.
Platón, que les prestó su nombre, los define como amores no correspondidos. Mi primer amor platónico-teológico fue mamá Eva. La conocí en las viñetas que traían los textos de historia sagrada de Bruño. En ese erotismo incipiente de los años tiernos, la mera hoja de parra me alborotaba la bilirrubina. Así la hoja no se le cayera nunca.
Caí luego en brazos de Jane (Parker), la mujer de Tarzán. Fue amor a primera vista el que tuve con Maureen O’Sullivan, siempre ligera de equipaje. Habría vendido mi alma al gato a cambio de un desdén suyo. Don Pedro, el proyectorista del cine parroquial tenía orden de tapar con la mano las escenas donde se daba un beso con Tarzán lo que triplicaba el misterio. Y las ganas.
G (he cambiado la consonante inicial de su nombre para proteger su identidad): Tendríamos diez años y compartíamos barrio Aranjuez, en Medellín, donde me enamoré de sus trenzas, de su piel y de sus pecas que hacían de su rostro un cielo estrellado, como se les dice a las pecosas para indemnizarlas.(Lea la columna).
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