16 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Fabricar mentiras: Decir mentiras

Dario Ruiz

Por Darío Ruiz Gómez

“El arte, dice Don Tomás Carrasquilla, es le mentira significante”. Y lo dijo anticipándose en setenta años a los pensadores modernos que han tratado de verificar los significados de la verdad como opuesta a la mentira pero también la necesidad de la ficción o sea de las fábulas morales. Ya Santo Tomás nos hablaba de mentiras piadosas necesarias en el caso de quien, por ejemplo, a una persona físicamente fea le dice  que es bella con tal de no hundirla en la tristeza a causa de una anomalía de la naturaleza. ¿De qué otra manera se podría afianzar en medio de las desdichas de la condición humana la presencia indispensable de lo sublime? ¿De qué otra manera hoy en medio de tanta fealdad, de tanta agresión a la belleza, la milagrosa inocencia de quienes lograron permanecer como el niño sabio del templo podría persistir en la esperanza de un mundo más justo? En política mentir es en casi todos los casos una falsa habilidad alabada  con tal de  alcanzar unos objetivos. El “miente, miente  que de la mentira algo quedará”, era un pecado abominable que el hermano Agustín lo recordaba en el colegio para que nunca fuéramos a cometerlo. El imaginar las llamas del infierno que esperaban al mentiroso nos hizo ser fieles a esa verdad moral mediante la cual sabíamos que respetábamos al prójimo(a) y éramos gratos a los ojos de Dios al  entender que la verdad sólo se abre al limpio de corazón. Ser adulto, vendríamos amargamente a descubrir, consiste en vivir en la mentira y sobre todo en la desconfianza  y la sospecha, de ahí lo que llamamos la pérdida de la inocencia. La falsificación de la verdad introduce la laxitud ética que acepta la monstruosidad del delito encubriéndolo bajo cualquier argumentación política. Nada tan perverso entonces  que la publicidad oficial al dar paso a una abominable indiferencia ante el sufrimiento de las gentes, ya que, enajenada en  la verdad posmoderna,  la mentira ha dejado de constituir un problema moral  para convertirse en un fake news o sea en mentiras  que se fabrican con el único objetivo de hacer daño  propagando falsedades sobre un personaje, un gobierno; destruyendo de este modo el vínculo social más importante: el lenguaje y eludiendo toda responsabilidad en las funciones de la comunicación al no reconocer los valores que definen  a ésta. Difamar  ya no es un problema moral sino un fin justificado por unos  medios.

¿No conduce esta mentira fabricada a que desaparezca el discurso político como una necesaria crítica de las costumbres y como reconocimiento de la libertad de expresión? El fake news no es la palabra ni es el lenguaje porque en él no hay escritura. Viendo hace poco un noticiero de t.v la presentadora comenzó con los cincuenta “falsos positivos” encontrados supuestamente en el cementerio de Dabeiba  y a través de testigos de una organización de “víctimas del Estado” se llegó sin pudor alguno a  decir que en tan pequeño  cementerio estaban enterrados  “300 falsos positivos- traídos de Medellín…- y  3.0000 en la hacienda La Palma”. ¿Por qué la JEP entregó esta falsa información a una revista amarillista como “Semana”? ¿Bajo qué estrategia  Yamid Amat el pasado martes en su noticiero  presentó como actual un viejo documental sobre  Bojayá  ignorando la presencia desde hace un mes del Ejército y la Policía, de  funcionarios de la Presidencia?  ¿El rencor de quiénes se niegan a aceptar su derrota política manteniendo una sucia campaña contra la Presidencia y atentando contra la democracia?  ¿No es ésta como señala Michiko Kakutani, la muerte de la verdad? El medio desde el cual se lanza una mentira  señala Mcluhan, define la credibilidad de la denuncia: no es desde el Wall Street Journal desde donde un obrero podría solicitar un aumento de salarios. El discutido Pedro Sánchez busca en España castigar penalmente  a los enemigos de la escritura o sea a los  fabricantes de mentiras.