23 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Exhortación sin sentido por el cinismo que la alimenta

Claudia Posada

Por Claudia Posada 

Un recorte de El Colombiano (con fecha descubierta por detrás: 14 de noviembre de 1992) saltó de la contraportada del libro Nueva Colombia escrito por Luis Carlos Galán, editado en 1982, que busqué con la intención de encontrar, como sospechaba, que en él habría algo sobre su política energética. Pero al reencontrarme con el pedazo de papel descolorido (aunque su tinta perfectamente conservada) fueron los párrafos subrayados allí con lápiz rojo y los apuntes escritos al margen, a mano, los que me hicieron olvidar el objetivo inicial, y quedé de nuevo atrapada -como años atrás- en la columna titulada El reino de la amnesia. Su autor es Carlos Puello Mejía, y el antetítulo Punto y Aparte es la identidad de las columnas de opinión del joven periodista en ese entonces, como se le ve en la foto.   

Estoy absolutamente segura de que  cuando guardé el recorte en aquel libro, no me pasó por la mente que  treinta y un años después me impactaría tanto de nuevo y desde otra mirada; y es que esa columna hoy, me está confirmando que no es cierto que nuestro país, apenas ahora se está arruinando, y mucho menos que hace décadas se ha estado construyendo en términos de trabajo político y social para el bienestar de los ciudadanos por igual, y menos, que en estos meses, los últimos a hoy,  es cuando la están arrasando.

Antes de releer El reino de la amnesia, me puse en la tarea de averiguar en la Internet, qué habría del columnista que tuvo en El Colombiano un espacio para  sus opiniones en Punto y Aparte; así, encontré un artículo de Williams Viera, desde USA, del 9 de septiembre del 2020 con el título “Escribe mientras escucha vallenatos”, el que en alguno de los párrafos dice:  “Puello sigue siendo un romántico hasta el punto que cuando termina su labor periodística, en su propio semanario, inicialmente en papel que se distribuía de manera gratuita en Greenville y en otras ciudades circunvecinas, en Carolina del Sur, Estados Unidos, y ahora convertido en un portal de Internet…”. Obviamente leí el artículo completo y entonces supe, por todo el relato, que seguramente es el mismo que escribía para El Colombiano ¡tiene que ser él!

Debajo de la columna El reino de la amnesia, con bolígrafo negro, a mano dice: ¡Esto sí que es la pura verdad! Se entiende que se refiere a todo el contenido. Y en la parte superior, es decir, por encima del texto, a mano también, sobre la derecha dice. “Me gusta mucho, mucho, este artículo, todo, pero sobre todo lo señalado”; entonces me fui directamente a lo encerrado con lápiz rojo, ahí dice: “Porque si de confrontación integral se trata, habría que enfilar baterías contra la clase política corrupta y la dirigencia incompetente y mediocre que se ha perpetuado en el poder: los patrocinadores del saqueo insaciable a las arcas de la nación, los responsables directos del imperdonable abandono de extensas zonas afectadas por la violencia, huérfanas de inversión social”.

El pedacito anterior que retomo, puede ser una manera del autor, Puello, de dar algunas razones por las que de pronto no son precisamente enemigos de la patria los que así llaman. Señala, además, “No hay que emocionarse mucho con los tarzanescos gritos de batalla de quienes reclaman más acción, más cadáveres, más honores póstumos, más sangre y más lágrimas. Ni con las exhortaciones hechas en momentos de efervescencia y calor para combatir sin tregua a los “enemigos de la patria””. ¡Increíble! Sí, esto puede haberse escrito esta semana…

El párrafo de remate en El reino de la amnesia es como para los creen (o quieren hacernos creer) que apenas es ahora, de hace algunos meses para acá,  cuando tenemos en Colombia la maquina demoledora del que hasta poco fue país sin penurias, pleno de venturas, equitativo y rico en oportunidades sin discriminación. Puello Mejía escribió hace treinta y un años este párrafo: “Por eso, suena irónico reclamar ahora la solidaridad de un pueblo conformista que ha sido ignorado durante décadas y se ha limitado a presenciar el derrumbe moral de su país. Un pueblo que seguirá llorando en silencio a sus muertos y cargando por tiempo indefinido su equipaje de penas”.

Por mi parte remato con esto que igual parece escrito en estos días: “Y soñar también con una máquina como la que concibió José Arcadio Buendía, que nos ofrezca la posibilidad de repasar las lecciones del pasado en forma oportuna. Y de salir del letargo frente a la clase dirigente que nos desgobierna y a la guerrilla demencial que extravió su proyecto político en las inhóspitas montañas para sustituirlo por otro de muerte y destrucción. (… )Y sería muy provechoso para los congresistas olvidadizos que condenan el próspero negocio de la subversión, y al mismo tiempo continúan brindando un deplorable espectáculo a la opinión pública: componendas para seguir paseando por el mundo, indemnizaciones escandalosas a empleados, debates “trascendentales” que nunca conducen a nada”.

Sí, bien vale la pena evocar, añorar, invocar: ¡Libertad y Orden!, pero no para quedarnos en la arenga. Colombia merece que trabajemos para fortalecer las esperanzas del pueblo atemorizado. Necesitamos creer en la grandeza de las ilusiones para recuperar los principios perdidos desde hace años. No es sembrando dudas, miedos, desilusiones, como se van a enterrar los años aciagos. Una exhortación sin sentido porque se está alimentando con el lenguaje del cinismo de los que no han podido saber lo que es empatía para con los excluidos. Tremenda incoherencia.