
Por Claudia Posada
En lo personal, un canciller debe ser muy prudente, discreto, maduro y sumamente reflexivo; en lo atinente al cargo, debe mantener en alto el sentido del respeto por las personalidades que representan a los países y a las instituciones, empezando por la lealtad para con el jefe supremo de su propio país; ser conocedor de las relaciones internacionales, es lo más obvio, y estar en sintonía con la línea de pensamiento del gobierno que representa. Por lo anterior, es sencillamente penoso para Colombia, interna y externamente, las atribuciones que se toma la Canciller Laura Sarabia, como, por ejemplo, despacharle mensaje de felicitación al presidente electo del Ecuador por iniciativa propia, ofreciéndole contar con Colombia para trabajar juntos por América Latina; y no es el contenido del mensaje lo improcedente, no, es que, sin concertarlo con su presidente, ella no debería pronunciarse por adelantado. Por estos días, estando la canciller en el Japón, fue “reventando sin mecha”, filtró a los medios un audio de una conversación, baladí por lo demás, supuestamente entre ella y el ministro del interior Armando Benedetti en el que se oye solamente la voz del ministro, y le adjuntó al audio este comentario: “En mi última declaración a la fiscalía entregué audios y conversaciones con Armando Benedetti, incluso audios que no han sido conocidos por la opinión pública”, así mismo, diciendo que le pidió a la Fiscalía que la escuche en los próximos días para ampliar la investigación; según esto, tal parece que hay asuntos que comprometen a Benedetti cursando en la entidad mencionada originados posiblemente en denuncias de Laura Sarabia.
No son asunto nuevo las atribuciones, decíamos, que desde el comienzo del gobierno actual se ha tomado la hoy Canciller quien, entre otras cosas, reemplazó a un señor de señores como lo es Gilberto Murillo, idóneo sin duda para la investidura; el presidente la ha puesto en altos cargos entregándole responsabilidades que se entregan a personas de mucha confianza. Creería uno que entonces el presidente cree en ella y en sus capacidades “multifuncionales” aunque Laura Sarabia llegó a su gobierno de la mano de Benedetti y sin recorrido importante en gestión pública que la respalde. Recordemos el primer Consejo de ministros transmitido por todos los canales de televisión en el que pudimos percibir el malestar que la señora Sarabia crea entre sus compañeros de gabinete; se sinceraron, pero salieron regañados; más adelante, cuando fueron despedidos ministros los cuales para la opinión pública habían sabido responder a sus compromisos, se destaparon cositas muy malucas que, por el silencio reflexivo que no divulga hacía afuera pero sí internamente, no se habían divulgado estando los dolientes adentro del gobierno. En resumen, la alumna aventajada de Benedetti, no ha hecho más que agudizar las crisis de gobernanza, de por sí bien complejas, que ha soportado el presidente de los colombianos. Armar enredos y propiciar problemas es todo lo contrario de lo que se espera de los funcionarios del alto gobierno. La mano derecha y la mano izquierda de Gustavo Petro están como que mal agarradas. El protocolo oficial señala explícitamente que el Ministerio del Interior y el de las Relaciones Internacionales son los primeros en orden de importancia. (Y en Colombia precisamente protagonizando rifirrafes).
Ese afán de figuración, esas ínfulas de “poderosa”, ese estar midiendo fuerzas, y ahora las contradicciones cuando una cosa dice la señora Sarabia y otra el presidente, qué mal se ve y cómo desdice de un gobierno ante los ojos de nosotros mismos y ante las miradas desde el exterior. “Sacarse los trapitos al Sol” entre dos ministros de primerísimo nivel son gestos de pésimo gusto; sacar las cartas escondidas para saltar a conveniencia según se observe el transcurso de un juego más bien sucio, es desconcertante. Cómo quisiéramos que en lo que falta de este gobierno sintiéramos que se está conduciendo con serenidad y en armonía con todos los comprometidos en su objetivo; y que desde la oposición se ocupen menos de criticar con ardor descontrolado, mejor entendiendo que su rol no es sembrar cizaña sino enfocarse en aportar a la interpretación de hechos con argumentos que orienten, no que confundan. Si seguimos así, entre el populismo de la derecha y el desorden de la izquierda, vamos a resultar en el 2026 votando por los que creemos figuras frescas; pero resulta, ya gobernando, que los veremos empantanados en los “acuerdos previos” convenidos con matices de todos los colores que son los de siempre.
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