3 noviembre, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Enrique Dussel, filósofo de la liberación 

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Jose Hilario Lopez

Por José Hilario López 

Acaba de morir Enrique Dussel (1934–2023), considerado uno de los grandes   filósofos contemporáneos, además de reconocido teólogo. Su muerte ocurrió en ciudad de México, su lugar de exilio desde 1975, cuando tuvo que abandonar su nativa argentina, para salvar su vida después de sufrir un atentado durante la dictadura de Jorge Rafael Videla.   

“La filosofía no piensa la filosofía, piensa la realidad”. Esta sentencia con la que solía iniciar sus clases de filosofía en la UNAM y otras universidades de la capital mexicana, así como su activismo político en defensa de las clases más desfavorecidas por la fortuna, definen a Dussel como un intelectual orgánico en el sentido estricto y amplio del concepto.  

A mediados de la pasada década, cuando en el Periódico El Mundo de Medellín publiqué una serie artículos que titulé “Por una Pensamiento Crítico Latinoamericano”, empecé a compenetrarme con la obra de Enrique Dussel. Inicié con el estudio de su libro “Método para una filosofía de la liberación”, publicado en 1974 y seguícon “La Ética de la Liberación”, publicado en 1998, un duro cuestionamiento al actual sistema productivo mundial, orientado ciegamente hacia la ganancia y la acumulación de riqueza en beneficio de unos pocos, que hace imposible la preservación de los ecosistemas y la misma existencia humana, amenazadas por el Cambio Global (mal llamado Cambio Climático), y además fuente de perturbaciones sociales e inestabilidad política. 

“Filosofías del Sur. Descolonización y Transmodernidad”, libro publicado en 2015, compila conferencias presentadas por Dussel a partir de 1999 en diversos escenarios norteamericanos, europeos, africanos y asiáticos. Temas estos que Dussel venía investigando desde los años sesenta. En el Capítulo I del libro, el autor relaciona su Filosofía de la Liberación con otros pensamientos críticos contemporáneos, aceptando la autenticidad de cada una de las tradiciones filosóficas regionales (europea, norteamericana, china, hindú, árabe, africana, latinoamericana, etc.), así como el sentido y valor histórico de las diferentes culturas. Un proceso de mutuo enriquecimiento que exige situarse éticamente, reconociendo a todas las comunidades filosóficas legítimos derechos de argumentación, superando así el eurocentrismo hoy imperante en el Tercer Mundo, que lleva a la esterilización y, con frecuencia, a la destrucción de valiosos descubrimientos de otras tradiciones y culturas. 

Es el momento de superar el determinismo que el eurocentrismo ha querido imponer a los pueblos del Sur Global, que pretende explicar nuestro atraso a caracterizaciones específicas condicionadas por la relación entre las tierras fértiles tropicales que producen hombres débiles y cobardes y las tierras pobres, o poco fértiles, que producen hombres fuertes y valientes, como en el hemisferio norte. Desde las primeras lecturas eurocentristas en la Grecia Clásica se ha considerado que sólo quienes viven en las zonas templadas, sujetas a cambios estaciones, desarrollaron la inventiva y la laboriosidad, mientras que, en el trópico, a causa de su biodiversidad y su estabilidad climática, somos perezosos y poco creativos, correspondiendo a la fórmula de naturaleza abundante, población débil, versus naturaleza escasa, población fuerte. Este supuesto constituye el soporte ideológico de las políticas coloniales que dieron origen a los grandes imperios europeos y que más tarde adoptó Estados Unidos. Para desvirtuar el determinismo sólo traigamos a la memoria las grandes civilizaciones precolombinas de los aztecas, los mayas, los muiscas, los zenúes y los incas, sumadas a los recientes descubrimientos arqueológicos de culturas amazónicas extinguidas, muy seguramente por causa de las enfermedades traídas por los conquistadores españolas, hoy cubiertas por la selva tropical.  

Hoy en tiempo de crisis de nuestras economías regionales secuela de  la pandemia del Coronavirus, agudizada por la crisis climática, en nuestro caso colombiano es necesario retomar la urgencia de un pensamiento crítico latinoamericano, que permita estructurar nuestra  propia  hoja de ruta para una transición energética sustentable, que maximice nuestras ventajas competitivas, tanto en bienes renovables como no renovables, en beneficio de nuestro desarrollo económico y de la superación de las desigualdades sociales que aquejan a nuestro pueblo. 

En “Ética de la liberación en la edad de la globalización y de la exclusión” (2013),  Dussel afirma “Nos encontramos ante el hecho masivo de la crisis de un sistema mundo que comenzó a gestarse hace 5.000 años (con el Neolítico) y que se está globalizando hasta llegar al último rincón de la Tierra, excluyendo, paradójicamente, a la mayoría de la humanidad. Es un problema de vida o muerte. Vida humana que no es un concepto, una idea, ni un horizonte abstracto, sino el modo de realidad de cada ser humano en concreto, condición absoluta de la ética y exigencia de toda liberación”. 

El texto dusseliano se inicia desvirtuando la creencia generalizada que nuestra civilización se originó en Europa, de donde se ha construido la tesis del eurocentrismo. La historia de la Ética se inicia en Egipto y en Mesopotamia, cuyo influjo llega hasta la modernidad. Por el Océano Pacífico avanzaron los fundamentos de la eticidad hasta el extremo oriente asiático y de allí a los pueblos amerindios. En un segundo momento el sistema asiático-afro-mediterráneo se despliega por las estepas euroasiáticas. En un tercer momento aparece el sistema musulmán en Arabia, el cual se expande por La India, Indonesia, el mundo bizantino, Rusia, Los Balcanes y el sur de España, creando un muro a la Europa medieval latino germánica. 

El mal llamado “Descubrimiento de América” se hizo por pura casualidad, buscando una ruta hacia el oriente por el Atlántico, una vez cerrada para los europeos la puerta del Bósforo con la caída de Constantinopla ante los otomanos en 1453. Hasta el Siglo XVI las civilizaciones y el mercado se movieron por el Océano Pacífico, Europa era la periferia. Sólo con la Revolución Industrial, a finales del Siglo XVIII surge Europa como potencia colonial. He aquí una reinterpretación de la historia universal, que deja de lado la preponderancia histórica del mundo eurocéntrico. 

Llegó la hora de hacer oír nuestra propia voz. Con optimismo critico superaremos el complejo de inferioridad que nos ha impuesto el colonialismo, y avanzaremos en el proceso hacia una transición energética sustentable.    

¡Honremos con orgullo el legado de Enrique Dussel!