18 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

En el sistema electoral de los Estados Unidos el que gana pierde

Por Guillermo Mejía Mejía 

Si le creemos a las encuestas de RealClearPolitics (RCP), Joe Biden, candidato demócrata, aventaja a nivel nacional a Trump, republicano, en un 8.8%. Biden aparece con 50.1% y Trump con 41.3%. El mundo respira tranquilo pues es muy difícil encontrar fuera de EE. UU. a alguien que quiera la reelección de semejante personaje.

Pero la realidad es que en ese país, que fue el primero en implantar en su constitución (1.787) el sistema presidencialista por voto popular, dos años antes de que estallara la revolución francesa que preconizó la soberanía popular por encima de los poderes de las monarquías absolutistas en la Declaración de los Derechos del Hombre, se dispuso, en su artículo II, que si bien la elección era por voto popular, esta no sería directa sino indirecta a través de los colegios electorales de cada Estado.

Y ahí es donde aparecen las contradicciones de la democracia norteamericana pues en la aplicación de esta norma constitucional se han visto elecciones en donde el candidato que saca mayor votación en todo el país finalmente resulta derrotado.

Desde la época de la promulgación de la constitución americana ese fenómeno político y aberrante ha sucedido en cinco ocasiones: 1.824, 1.876, 1.888, 2.000 y 2.016. En estas dos últimas elecciones, más cercanas a nosotros, perdió en la del 2.000 Al Gore frente a George Bush, a pesar de haberlo superado en todo el país en cerca de 500 mil votos, pero con la sospecha, no despejada aun, de que las elecciones de la Florida fueron manipuladas por el gobernador de ese Estado, Jeb Bush, hermano del candidato triunfador.

En las del 2.016 fue todavía peor el fiasco pues Hillary Clinton obtuvo 65.844.954 y Trump 62.979.879, una diferencia de 2.865.075 a favor de la candidata demócrata y sin embargo se alzó con la presidencia el sátrapa.

El sistema de los colegios electorales ha sido muy cuestionado en los Estados Unidos pues según sus detractores finalmente se convierte en una burla al elector y en una violación del principio democrático, acogido en la mayoría de las democracias del mundo que suscribieron la Declaración de los Derechos Humanos (1.948) y el tratado de San José (1.969), firmados por los Estados Unidos, según el cual cada persona es un voto: una persona-un voto.

Desde 1.964 el colegio electoral norteamericano está compuesto por 538 electores que representan a cada uno de los Estados que conforman la Unión Americana y cuyo número por Estado depende de los habitantes de cada uno de ellos.

De manera que el ganador de la presidencia es el candidato que logre una mayoría de delegados de la mitad más uno de esa cifra o sea 270. Pero la misma norma constitucional citada dice que cada Estado reglamentará la forma de elección en cada uno de ellos y hasta el momento 48 de los 50 se han puesto de acuerdo, con excepción de Maine y Nebraska, en que los delegados deben votar para presidente por el candidato que obtenga el mayor número de votos, así no sea el que cada delegado escogió desde la campaña.

Esa es la parte más aberrante del sistema electoral de los Estados Unidos. En la práctica la elección presidencial norteamericana no es una elección nacional sino la suma de 51 elecciones separadas en cada Estado o sea que, en teoría, un candidato puede ser elegido por los 11 Estados que tienen más delegados más el distrito de Columbia, que no es Estado, pero tiene 3 delegados y obtener los 270 votos que necesita para ser presidente: California 55, Texas 38, Florida 29, New York 29, Pensilvania 20, Illinois 20, Carolina del Norte 15, Ohio 18, Georgia 16, Míchigan 16, Arizona 11 y distrito de Columbia 3 = 270.

Las próximas elecciones presidenciales de los Estados Unidos estarán signadas por el racismo, como consecuencia de la muerte de dos afroamericanos que ha desatado protestas violentas nacionales con daños a la propiedad de personas blancas quienes han reaccionado, armadas, en defensa de sus negocios.

Por su parte los hispanos, igualmente se han sentido más mal tratados que nunca por la construcción del muro en la frontera con México y con los campos de concentración donde han ido a parar los niños nacidos en Estados Unidos, hijos de inmigrantes centroamericanos deportados por ilegales.

Por el otro lado están también las minorías islámicas declaradas terroristas por Trump que también han sido aún más violentadas por las autoridades de inmigración de ese país con el patrocinio del presidente.

Pero no nos hagamos ilusiones. Estados Unidos tiene una mayoría de población blanca calculada en un 73.1% de un total de 330.1 millones de habitantes, lo que nos da una inmensa población de cerca de 241 millones de norteamericanos blancos. Esta población blanca tiende a estar más concentrada en los Estados del sur y centro del país, muchos de esos habitantes conocidos como “rednecks” o cuellos rojos por ser en su mayoría trabajadores del campo, granjeros, que odian a los de razas distintas y adoran a Trump. En esos Estados seguramente se focalizará la campaña del presidente.

Una reelección de Trump sería un desastre para el mundo por las repercusiones que tendría en sus relaciones con China, ya de por sí deterioradas, la Unión Europea, Irán, Corea del Norte y el desconocimiento del calentamiento global, de la OMS y de la FAO, organismos de las Naciones Unidas de singular importancia en la pandemia del Covid 19. Sin la angustia de otra reelección, ese siniestro personaje puede llegar a cometer locuras de las cuales nos libre Dios.

Pero al año 2.020 se le puede aplicar la ley de Murphy que dice que no hay situación por terrible que sea que no pueda ser susceptible de empeorarse.