19 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

En debida forma

Por Carlos Alberto Ospina M. 

El periodista pierde la credibilidad desde el mismo instante que apadrina una posición ideológica, juzga, favorece a una parte y menosprecia las demás lecturas divergentes. De entrada, cualquier principio ético queda por el suelo y el despliegue de valores pasa a ser la fachada raída del deber ser. 

La verdad, sin ambages, significa el contraste esencial de las fuentes, observar, investigar, dudar y exponer el conjunto de versiones, ciertas e inciertas, en relación con un determinado asunto. La falta de carácter o la taimada personalidad de algunos no les permite ver más allá de sus narices ni acercarse a la compleja realidad por encima de todo indicio, la rentabilidad del negocio de las comunicaciones o el espectáculo en función del rating de sintonía. 

De cuando en cuando, los egos de distintos opinadores pisotean el contexto, reprimen la libertad de expresión, sesgan el enfoque, privilegian a unos cuantos sobre los otros, convierten en entretenimiento la tragedia humana, señalan culpables sin el debido proceso e ignoran la verificación de los hechos. Estas calculadas actitudes, llevan a deducir, la ausencia de fundamento íntegro en el ejercicio profesional.  

De esa manera, la ligereza y la chabacanería en el tratamiento de un tema complejo, es tan recusable como el soborno o la sumisión en presencia del poder de turno. Las formas enmascaradas de mentir, ponen contra la pared, la reputación del medio y del periodista; y llevan a desconfiar, de cuál es el fin que los motiva. En este escenario la función social de la comunicación es igual de frágil a una servilleta mojada.  

El periodismo político no simboliza militancia ni simpatía filosófica, de ser así, haría parte de las múltiples herramientas de propaganda y de adoctrinamiento que impiden observar los contrastes y las ambigüedades del debate intelectual. A simple vista, el público reconoce el enunciado independiente; tan pronto como distingue, la deformación y el manoseo descarado de varios trúhanes que, se apartan de la línea moral y ética de la acción profesional, procediendo en contravía a la observancia de la buena fe o la justicia social.  

Defender a ultranza una organización en particular induce al error, verticaliza la cadena de opiniones y traiciona la búsqueda del conocimiento. De aquí para allí, es necesario diferenciar entre la tarea profesional, la gestión contratada y la subordinación oficial. Tres ángulos y visiones opuestas que fijan el grado de percepción de desiguales audiencias. 

Algo que fastidia al oído e irrita la mirada, brota hacia arriba, en virtud de las sociedades de mutuo elogio vinculadas a fuentes de información y a pregoneros gubernamentales. La escasa capacidad de discernimiento, el mínimo análisis de los contenidos, la negada confrontación de posiciones y la vergonzante sumisión de unos cuantos redactores, abren el camino al atolondramiento por intermedio de las redes sociales. Sea el que sea, husmear dista de la base cardinal del examen minucioso de los acontecimientos y de la exactitud en la presentación de los detalles de cada cuestión. La inteligencia para observar las acciones, pensar sin juzgar y salvaguardar el bienestar general, sin concebir el provecho propio, hacen del periodista un mejor ser humano. 

Décadas atrás el campo disputa estaba centrado en la primicia, aunque nada ha cambiado de fondo, en la actualidad la carga bélica de desinformación corre por cuenta de la inmediatez y el punto en común que ofrecen las nuevas tecnologías. Al parecer, interesa más el número de seguidores y los “me gusta” que, la formación de masa analítica y de opinión pública. En consecuencia, poco espacio de distinción ofrece el drama del frívolo ‘influencer’ y la contemplación docta del engreído periodista. ¡Triste acto! De una comedia centrada en la vanidad y el show business.  

El atropello al entrevistado, el tono de juez inquisidor, el sobar los ideales de superegos, el cambiar de chaqueta, la insípida redundancia de ciertos planos, el grosero free press, la palmadita en la espalda, la seudopolémica conceptual, la complacencia, la corrupción y la indiferencia, son las prendas de segunda mano que arrinconan el idóneo desempeño del periodista.  

El privilegio social conferido al comunicador, en sus diferentes acepciones, encarna responsabilidad, pundonor, revisar, entender, ordenar, advertir e inquirir conforme a las reglas del derecho y a las prácticas imparciales. Pegado a la palabra y de la mano van la cooperación, la relevancia, el compromiso, la voluntad, la honestidad y el menor grado de subjetividad posible. Por consiguiente, debe guardar orden y armonía entre lo dulce y lo agrio; jamás de los jamases, pasar en silencio o no tener corazón para decir la verdad.