
Por Eduardo Aristizábal Peláez
Hace 18 años, el 23 de enero de 2007, falleció en Varsovia, Polonia, uno de los grandes maestros del periodismo, Ryszard Kapuscinsky.
Nacido en Pinsk, Bielorrusia, el 4 de marzo de 1932, cuando formaba parte de Polonia, Kapuscinsky dejó claro una verdad innegable: “Las malas personas no pueden ser buenos periodistas”.
En uno de sus aniversarios, el diario El País de España publicó un artículo profundo sobre la profesión, que incluía 10 reflexiones sobre el periodismo. En una de esas reflexiones, Kapuscinsky hizo las siguientes observaciones:
“Antes, los periodistas eran un grupo muy limitado y se les valoraba. Hoy en día, el panorama de los medios de comunicación ha cambiado drásticamente. La revolución tecnológica ha dado lugar a una nueva clase de periodistas, a los que en Estados Unidos se les llama “media workers”. La mayoría no sabe escribir de manera profesional. Este tipo de periodistas no enfrenta problemas éticos ni profesionales. Antes, ser periodista era un estilo de vida, una profesión de por vida, una razón de ser, una identidad. Ahora, la mayoría de estos “media workers” cambian de trabajo constantemente; durante un tiempo son periodistas, luego se dedican a otra cosa, y más tarde pueden trabajar en una emisora de radio… No se identifican con su profesión.”
La expresión “media worker”, que muchos traducirían lógicamente como trabajador de medios, yo, de manera libertina e interpretativa, lo asocio con el término ‘trabajadores de calle’, que es más familiar en nuestro medio.
En Colombia, los medios de comunicación se han llenado de estos “trabajadores de calle”, quienes, además de los periodistas profesionales, han abierto sus puertas a ciertos individuos que aparentan ser periodistas sin realmente serlo. Estos se convierten en mercaderes del periodismo y se camuflan entre los verdaderos profesionales. Cuando no tienen acceso a medios serios, crean sus propios espacios en la nube, aprovechando la facilidad que ofrece la comunicación digital.
No se pierden ninguna rueda de prensa, ya que, para ellos, más que la información, lo importante son las relaciones públicas, que aprovechan para establecer contactos. No respetan las conferencias de prensa, asisten a todas, independientemente de si son fuentes relevantes para ellos; las convierten en oportunidades de negocio, ofreciendo sus propuestas publicitarias. Siempre hacen preguntas, sin importar su relevancia, solo para dejar constancia de su asistencia, y al llegar al lugar, lo primero que buscan es la hoja para firmar y confirmar su asistencia. Esta es una práctica que han adoptado algunas entidades públicas.
Como ya se consideran periodistas, creen tener el derecho a recibir pautas oficiales de publicidad, y piensan que las entidades del Estado están obligadas a proporcionárselas. El funcionario que no lo haga puede encontrarse en problemas con concejales, diputados o congresistas, quienes a menudo se convierten en representantes de estos “chupamedias”.
¿Cuándo veremos a algún ejecutivo del sector público tomando medidas para dar orden y seriedad a la actividad del periodista profesional, investigando quién es el verdadero periodista, quién tiene derecho a acceder a las ruedas de prensa, a quién se le deben enviar los comunicados y a quiénes se les debe otorgar acreditaciones como periodistas profesionales?
Si la Corte Constitucional, en su jurisprudencia de 1998, decidió eliminar la calificación profesional del periodismo, a pesar de la oposición de la mayoría de los órganos del Estado y de las principales universidades del país, las entidades públicas y privadas tienen el derecho de investigar quiénes realmente cumplen con la importante tarea de ejercer el periodismo, elaborar su propio directorio institucional, acabar con estas interminables francachelas y ponerle orden al asunto.
Ah…¿ y porque los actuales Magistrados de la Corte Constitucional no se animan a revisar y de pronto sustituir la jurisprudencia?
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