8 diciembre, 2025

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Elucubraciones: FIFA DE LA PAZ, una paradoja inquietante.

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Eduardo Aristizabal

Por Eduardo Aristizábal Peláez 

La decisión de la FIFA de otorgar el llamado Premio de la Paz al presidente estadounidense Donald Trump es un insulto a la inteligencia colectiva y una bofetada a la memoria de quienes creemos que el fútbol debe ser un espacio de encuentro, no de manipulación política. La organización que durante décadas ha proclamado su neutralidad frente a los conflictos ideológicos se ha rendido, paradójicamente, a la tentación de legitimar a un líder señalado por sus posturas agresivas y su intromisión en asuntos internos de otros países.

No se trata de un error menor ni de un gesto protocolario. Es una decisión que desnuda la incoherencia de la FIFA y la expone como cómplice de una narrativa peligrosa: la paz como trofeo vacío, entregado a quien ha sido acusado de exacerbar la confrontación internacional. ¿Qué credibilidad puede tener un reconocimiento que ignora las denuncias globales contra las políticas beligerantes de Trump? ¿Qué autoridad moral conserva una institución que convierte el fútbol en plataforma de propaganda?

El fútbol, patrimonio cultural de la humanidad, no puede ser reducido a moneda de cambio en la diplomacia de la conveniencia. Al premiar a Trump, la FIFA no solo traiciona su discurso de independencia, sino que se convierte en actor político, alineado con intereses que contradicen el espíritu del deporte. Este acto es una claudicación, un tema tan delicado como la paz se convierte en espectáculo, y las estrellas del futbol y el balón, en instrumento de legitimación.

La comunidad internacional debería leer este gesto como lo que es: una maniobra de poder disfrazada de reconciliación. La FIFA, que tantas veces ha sido cuestionada por corrupción y falta de transparencia, ahora suma un capítulo más a su historial de contradicciones. El mensaje es devastador: la paz no se construye con coherencia ni con hechos, sino con reconocimientos vacíos que buscan agradar a los poderosos.

El fútbol merece símbolos auténticos de unión, no farsas diplomáticas. Más que un juego, es un gran vehículo de unidad y de paz. La FIFA ha perdido la oportunidad de honrar a quienes realmente trabajan por la reconciliación y ha preferido entregar su bandera a la beligerancia. En lugar de ser árbitro de la concordia, se ha convertido en cómplice de la confrontación. Y esa traición no se olvida.