Por Eduardo Aristizábal Peláez
El fin, justifica los medios.
Nicolás de Maquiavelo.
La reciente condena en primera instancia al expresidente Alvaro Uribe Vélez, por fraude procesal y soborno en actuación penal, ha desatado una reacción que más allá de lo jurídico, revela una peligrosa derivaba institucional, la judicialización del debate público y la politización del discurso académico.
Lo que debía ser un momento de reafirmación del Estado de Derecho, se ha convertido en un espectáculo de deslegitimación en donde los sectores políticos y universitarios, parecen más interesados, en defender al personaje, que en respetar el proceso.
Lo más inquietante no es la defensa pública del expresidente, previsible en sus círculos de apoyo, sino la forma en que ciertas universidades como el Externado de Colombia ha decidido intervenir en el debate judicial, a través de foros, que, bajo el ropaje del análisis académico, opera como trinchera discursiva.
¿Desde cuándo la academia se ocupa de sentencias judiciales específicas? ¿Porque no lo hizo antes cuando ciudadanos anónimos fueron condenados por delitos menores con pruebas débiles y procesos cuestionables? La respuesta es incomoda, porque no todos los condenados tienen nombre, poder y aparato mediático. Porque la justicia para los de abajo no convoca a foros ni, titulares, porque el debido proceso para ser una preocupación selectiva, activada solo cuando el acusado pertenece a las elites.
Este doble rasero no solo erosiona la confianza en la justicia, sino que compromete a la integridad de la academia.
El conocimiento no puede ser instrumentalizado para blindar intereses políticos; la universidad esta llamada a hacer contrapeso, no cómplice.
A estudiar el sistema judicial, en su conjunto, no a intervenir cuando el acusado es celebre. Si de verdad queremos fortalecer el Estado de Derecho, empecemos por exigir que el análisis académico sea equitativo plural y riguroso.
Que se estudien las sentencias que afectan a lideres sociales, jóvenes de barrios marginados, campesinos judicializados sin pruebas.
Que el aula no se convierta en Estado, ni el foro en Defensa. La justicia no necesita aplausos, ni pancartas, necesita respeto y la academia si quiere conservar su legitimidad, debe volver a mirar hacia donde siempre debió mirar, hacia los marginados, hacia los olvidados, hacia los casos que no hacen ruido, pero sí, historia.


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