24 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

El virus y la desinformación

@SaulHernandezB

Por Saúl Hernández Bolívar 

El sentido común no puede sucumbir ante el miedo, aunque es preferible excederse en medidas preventivas que relajarse de manera irresponsable e indisciplinada.

Si algo ha generado incertidumbre con respecto al covid-19 es la falta de claridad científica en torno a todo lo que tiene que ver con el manejo de la pandemia, pues hoy escuchamos una cosa y mañana otra, de boca de quienes debemos considerar como expertos.

Y el problema se agrava con los mensajes muchas veces contradictorios de los políticos, además de la absoluta desinformación que nos llega por las redes sociales por parte de toda clase de payasos sin oficio.

Hay que recordar, por ejemplo, que en un inicio se nos dijo de manera insistente que no había necesidad ni se recomendaba usar tapabocas.

Se repetía que este artilugio era de uso exclusivo del personal de la salud, y que si todos los comprábamos y acaparábamos íbamos a dejar a ese personal desprotegido.

Finalmente, se ha vuelto obligatorio, y el sentido común nos dice que es útil tanto para evitar propagar el virus, si se tiene, como para no adquirirlo si está presente en el ambiente.

Claro que, en principio, también hubo polémica por el material del tapabocas, pues algunos aducían que solo tenían utilidad los de uso quirúrgico y los de uso industrial tipo N95.

Por fortuna, sabemos que el virus del covid-19 se puede considerar ‘grande’, y debido a su escala no puede penetrar tejidos de tela, a menos que sean de lana o similares.

Los tapabocas de tela son fáciles de hacer y se pueden  reutilizar luego de lavarlos con jabón común. Junto al lavado de manos y el distanciamiento social, son nuestra mejor arma contra el coronavirus.

Otro tema en el que no ha habido precisión es el de los asintomáticos, que constituyen uno de los más graves factores de propagación del virus. Según un estudio realizado en China en febrero, estos apenas constituirían el 1% de los infectados, lo que disminuiría enormemente su incidencia en la propagación del brote.

Pero otro estudio, hecho también en China, en abril, señala que los asintomáticos podrían ser más del 60%, lo que supone un enorme ejército de infecciosos. No obstante, ello también podría significar la oportunidad de tener a mucha parte de la población inmune sin haber sufrido los síntomas.

Y hay que hablar de inmunidad porque ese es otro de los temas sobre los que no ha habido claridad. Mientras la Organización Mundial de la Salud (OMS) asegura que no hay evidencia científica que garantice que quienes se recuperan del covid-19 adquieren esa condición, casi toda la comunidad científica da por sentado lo contrario.

Incluso, ya muchos jóvenes en los Estados Unidos están valorando la alternativa de contagiarse voluntariamente para hacerse inmunes y ayudar a que la economía siga en marcha.

Adicionalmente, ya se prevé que habrá una fuerte discriminación entre quienes tengan anticuerpos y quienes no han sido infectados. Es decir, si no surge una vacuna pronto, los que se han recuperado, y por tanto no pueden infectarse de nuevo ni infectar a nadie, tendrán trato preferencial para viajar y para trabajar.

Ya los inmunes están siendo muy solicitados para que donen su plasma con anticuerpos y desarrollen tareas en el campo de la salud sin temor. Pronto serán certificados mediante una prueba de ‘inmunoglobulina G’, a pesar de lo que dice la OMS.

Por otra parte, es probable que mucha gente se sienta más segura al ver esas campañas de desinfección de parques y calles enteras, derrochando chorros de hipoclorito, amonio cuaternario y otros desinfectantes.

Sin duda, asear lugares sucios es bienvenido, pero bastaría con un poco de detergente y una hidrolavadora.

El virus solo dura entre varias horas y unos pocos días en el asfalto; no es cierto que dure nueve días en las calles y aceras, expertos hablan, más bien, de nueve horas, y para infectarse habría que lamer el pavimento o las suelas de los zapatos.

De hecho, los expertos aseguran que la carga viral que se puede transportar en las suelas es insignificante y  que es casi imposible que entre en contacto con nariz, ojos o boca.

Pero ante tantas dudas que se han sembrado, hay gente dejando los zapatos afuera de los apartamentos y hasta desvistiéndose en el rellano de las escalas.

Visiones contradictorias hay también con respecto al uso de guantes y cabinas de desinfección. Pero el sentido común no puede sucumbir ante el miedo, aunque es preferible excederse en medidas preventivas que relajarse de manera irresponsable e indisciplinada.