Del mal suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, y de cómo fue separado de Sancho Panza.
Por Carlos Gustavo Álvarez
En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo; y, así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
–La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear, porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quienes pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
–¿Qué gigantes? -dijo Sancho Panza.
–Je, je, je…
La risita, pedante y en todo caso, cínica, sorprendiolos, y ambos, el caballero de la triste figura y su escudero miraron a quien la emitía. Es decir, fijáronse en la gorra que le tapaba la cabeza y el rostro y casi todo, hasta el alma. Sobre todo, el alma.
–No son gigantesss –dijo el hombre–. Tampoco molinosss de vientosss…
Hasta Rocinante levantó las orejas para escuchar la monserga.
–Son autogeneradores. Elemento cardinal de la energía eólica que salvará a la humanidad, sobre todo a la de esta tierra, ahora que ordené no producir absolutamente nada de petróleo y de gas. Cero pollito. Por el pueblo y para el pueblo.
Don Quijote y Sancho Panza miráronse intrigados y decidieron tornar sus cabalgaduras para evitar andanadas e inútiles trifulcas de opinión.
–¡Quietos ahí! –dijo el hombre–. Primero me dicen si ustedes hacen parte de la marcha o de la voz más potente que se expresó en 2022 y debe seguir expresándose.
Ninguno de los aludidos entendió la interpelación. Sancho miró a don Quijote como preguntándole “¿y este?”.
Don Quijote, presto y atento a destrabar a su escudero de la maraña astrosa del pensamiento, le dijo:
–Yo no lo crie, esa es la realidad,
–A mi que me late que ustedes no son colombianos. Que hacen parte del “golpe blando” y de esa clase media alta arribista que salió a decir: “Fuera Petro”. No más de 250.000 personas en todo el país… Una chichigua…
Entonces Don Quijote y Sancho Panza, haciendo uso de su sesudo magín, discernieron dos verdades: que se hallaban en el Reino de Locombia y frente a ellos, en toda su impostura, quien decía mandar en esas tierras de Dios: el Señor de Buscapleitos.
Don Quijote, en las páginas de los libros de caballería, había conocido a los grandes: el Rey Arturo, Amadis de Gaula, Felixmarte de Hircania, Belianis de Grecia. Incluso a Tirante el Blanco. Pero a este que ahora los llenaba de vituperios… Dijo, encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese:
–¡Mentís como bellaco villano!
–Una de las características de mi mandato es respetar –dijo el Señor de Buscapleitos–. Queda intervenido.
–¿Yo? –dijo Don Quijote.
–No. El rocín. Nacionalizado. Ahora es del Estado. Potencia de vida. La bestia cuadrúpeda queda en la misma condición de la educación, la salud, las pensiones, los recursos naturales…
Iba Don Quijote, deshacedor de agravios, a ripostar con la lanza en ristre, aunque en la pendencia deshiciera las barbas y el albarda, pero al percatarse de la presencia amenazante de unos jayanes de boinas rojas tipo Chávez, se apeó de Rocinante, al que cabalgó con presteza el Señor de Buscapleitos.
–Si vais por España… –dijo Don Quijote.
–Voy por España –cortó el aludido–. Hago lo mismo que Pedro Sánchez y me asesoran catalanes redomados, expertos en romper patrias.
Y en fin, que Don Quijote miró a Sancho, que pensaba en Juana Panza, que pensaba en lontananza en su marido remiso, y dijo:
–Ténganse todos, todos envainen, todos se sosieguen, óiganme todos, si todos quieren quedar con vida.
El Señor de Buscapleitos intervino también a Sancho, solo un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera, pues le pareció del pueblo y pueblo necesitaba para marchar el Primero de Mayo. Llamó a Lauritormes y le asignó un subsidio en maravedíes a cargo de la faltriquera del Dapre.
Antes de partir, El Señor de Buscapleitos recordó: “Bien dijisteis vos que con los despojos comenzaremos a enriquecer”.
–Adiós, caro Sancho. De este no nos salva ni el Bálsamo de Fierabrás –dijo don Quijote.
A lo lejos escuchó: “molinosss de vientosss”.


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