16 octubre, 2025

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El pecado del padre Francisco de Roux 

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Guillermo mejia

Por Guillermo Mejía Mejía 

   No conozco personalmente al padre Francisco de Roux, pero sí su trayectoria como sacerdote de la orden jesuita. Su actuación más conocida fue, desde luego, la presidencia de la Comisión de la Verdad, creada mediante el Acto Legislativo 01 de 2017 y el decreto 588 del mismo año, cuya misión era el esclarecimiento de la verdad, la convivencia y la no repetición, en el marco del conflicto armado, para ofrecer una explicación amplia de su complejidad a toda la sociedad. 

   Para seleccionar  esa comisión, se nombró un Comité de Escogencia que abrió una convocatoria pública a la cual se presentaron 193 personas, de las cuales se designaron las siguientes 11:  Francisco José De Roux Rengifo, Saúl Alonso Franco Agudelo, Lucía Victoria González Duque, Carlos Martín Beristain, Alejandra Miller Restrepo, Alfredo de la Cruz Molano Bravo, Carlos Guillermo Ospina Galvis, Marta Cecilia Ruiz Naranjo, María Ángela Salazar Murillo, María Patricia Tobón Yagarí y  Alejandro Valencia Villa. El padre de Roux fue elegido como presidente de la Comisión. 

   Las conclusiones de esta Comisión no gustaron en ciertos sectores de la sociedad, especialmente en Acore, la organización que reúne a los militares en retiro y en agrupaciones de extrema derecha y no faltó la crítica de algún expresidente. Estas conclusiones se dieron a conocer en foros programados en algunas ciudades del país y se difundieron por los principales medios periodísticos.  

   El padre de Roux ya era conocido en el país por su trabajo en el Centro de Investigación y Educación Popular, CINEP, desde 1.982, una fundación sin ánimo de lucro creada por los jesuitas donde estuvo hasta 1.986, tarea que llegó a conclusiones muy preocupantes sobre la realidad social colombiana. 

   Por estos trabajos sobre la verdad colombiana, al padre De Roux algunos llegaron al extremo de tildarlo de guerrillero. Especialmente virulenta con él, fue la senadora María Fernanda Cabal. 

   Pero, por otro lado, esta labor social le ha valido a De Roux reconocimiento nacional e internacional como el Premio Nacional de Paz en 2.001, la medalla de Caballero de Honor de la Legión Francesa, la Orden del Sol Naciente del gobierno de Japón y la Cruz de Oficial de la Orden de Isabel la Católica del gobierno de España en el 2.020. 

   La universidad Iberoamericana de Ciudad de México le entregó el doctorado honoris causa por su trabajo al frente de la Comisión de la Verdad y con la misma distinción la Universidad Nacional de Colombia. 

   Pero aquí es donde aparece el pecado del padre de Roux. Resulta que, en el año 2008, el padre fue nombrado provincial de los jesuitas en Colombia y en el año 2.014, en ejercicio de su cargo, le tocó conocer de una denuncia presentada por los hermanos de la familia Llano Narváez, que habían sido abusados sexualmente, siendo niños, por otro sacerdote jesuita por la época de 1975 o 76, o sea pasados ya 39 o 40 años contados desde los hechos del atropello. Ninguno de los integrantes de esta familia sabía que a los otros hermanos les había pasado lo mismo pues cada uno guardaba en silencio su secreto hasta que, por alguna razón, todos se contaron lo sucedido y procedieron a denunciar al sacerdote, que aún vivía, y desempeñaba un cargo académico en la Universidad Javeriana.  

   De inmediato el padre De Roux, ante la gravedad del caso, procedió a iniciarle un proceso penal canónico al sacerdote denunciado y a retirarlo del cargo que desempeñaba en la universidad, aislarlo de cualquier labor pastoral y recluirlo fuera de la universidad. 

   Era obvio que esos delitos para el 2014 ya les había corrido la prescripción pues para la época era de 20 años y estábamos ya sobre más de 39. Solamente fue hasta el 6 de julio de 2021, fecha de la publicación en el Diario Oficial de la ley 2898 de ese año, que se declaró, en su artículo 8, la imprescriptibilidad de ese tipo de delitos. 

   Además de lo anterior, el secreto pontificio sobre estos abusos fue levantado por el Papa Francisco hasta 2019, pues estaba prohibido canónicamente hacer públicas estas investigaciones. Fuera de lo anterior el sacerdote implicado en las denuncias, murió a finales de 2015. 

   En otras palabras, el padre De Roux obró correctamente con las herramientas procesales, canónicas y civiles, que tenía a la mano para la época. 

   Para algunos medios de comunicación nacionales, la conducta del padre De Roux es la de un encubridor y con saña han tratado de satanizarlo y embarrar su imagen pública como si se tratara de un delincuente. Su trayectoria anterior no cuenta y solo aparece la de un alcahuete con un compañero de religión. 

   Es obvio que los hermanos Llano Narváez tienen la razón y están molestos con la Compañía de Jesús y en general con la Iglesia Católica pues lo que les pasó los convierte en víctimas de un abusador de niños y requieren un acto de perdón público como lo sugiere la misma Comisión de la Verdad e, inclusive de una indemnización material, por todo el sufrimiento acumulado durante años en la intimidad de cada uno. 

   Pero que a nadie se le ocurra pensar que el padre De Roux es un encubridor y afortunadamente el escándalo que trataron de armar los medios periodísticos se desvaneció ante la postura erguida y sincera del sacerdote a quien el País, a pesar de los que no gustan de él, le debe mucho. (Opinión).  

https://www.elespectador.com/judicial/la-iglesia-nos-ha-cerrado-la-boca-la-familia-que-denuncio-al-padre-de-roux-ii-