@eljodario
Por John Saldarriaga
¿Qué tiene El papagayo… para que Gardeazábal no haga más que recibir elogios?
Diario ADN El Papagayo tocaba el violín.
Este atributo le dio méritos para ser incluido en la reciente novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal y le alcanzó para volar alto como el Cóndor de la primera obra del tulueño y situar la nueva pieza a una altura similar a la de esa otra sobre la Violencia.
En ella, el autor desnuda sus orígenes y esencias sin pudor de quedar en cueros ante los ojos del mundo.
¿Qué tiene El papagayo… para que Gardeazábal no haga más que recibir elogios?
Historias bien tejidas de dos familias enraizadas en sendas regiones: una paisa, otra vallecaucana. Vidas de personajes, campesinos y comerciantes, conservadores, liberales, tercos, suicidas, religiosos, agnósticos…
El mismo tono chismoso de Cóndores no entierran todos los días, cálido y cercano, alentado con comentarios interpretativos y socarrones. Y la estructura del relato: el principio y el fin son anclas que fijan la atención en el narrador; el resto es un viaje de acá para allá, de allá para acá: un capítulo entre paisas, otro entre vallecaucanos…
Así, los ojos del lector se deslizan como por una pista enjabonada a través de páginas llenas de gracia. “La druida tomó el violín en sus manos, sacó el arco con solvencia de violinista de carrera, y poniéndoselo entre la cumbamba y su mano izquierda comenzó a tocar una danza zíngara que estremeció hasta el perro bravo de misiá Hortensia y lo puso a aullar.
Cuando terminó, cogió el violín entre las dos manos, y mirando hacia la profundidad a través de la hendija de la S del instrumento dijo algo en su lengua milenaria…”.
PUBLICADA EN ADN, Rio de Letras, semana del 25 al 31 de agosto.


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