Por Jorge Mario Gómez Restrepo*
El pasado 10 de diciembre, El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Volker Turk (ONU) lanzó una advertencia que América Latina no puede darse el lujo de ignorar, Europa vive un “retroceso masivo” de derechos y libertades.
Sin embargo, si miramos a nuestro alrededor y en nuestro propio país, también podemos percibir que este fenómeno no es exclusivo del viejo continente. La verdad es incómoda, América también retrocede, pero con una patología distinta. Mientras Europa sufre la fatiga de sus instituciones democráticas, América Latina se desintegra porque sus democracias nunca terminaron de consolidarse. Allá es erosión, aquí es derrumbe
El informe Liberties Rule of Law Report 2025 documenta en Europa un endurecimiento migratorio y judicial que nos resulta dolorosamente familiar. En el viejo continente lo llaman “crisis”, en nuestras fronteras es paisaje cotidiano.
En el norte, Washington ha desempolvado viejas estrategias, militarizando el Caribe bajo la excusa de la seguridad nacional. En el sur, el fenómeno cambia, mandatarios latinoamericanos electos en las urnas utilizan la propia Constitución para desmantelarla. No necesitamos golpes de Estado militares cuando tenemos “estados de excepción” permanentes como en El Salvador, o decretos de necesidad y urgencia que legislan a espaldas del congreso.
El resultado es idéntico a ambos lados del Atlántico, menos libertad y más poder sin controles. La seguridad jurídica se sacrifica en el altar de la eficiencia punitiva.
Lo inquietante es la narrativa. El desmonte de garantías ya no se esconde, se vende electoralmente. Es el marketing del “Mano Dura”: seguridad, orden y eficiencia a cambio de silencio.
Ese nuevo paradigma deja de ver al ciudadano como un sujeto portador de derechos, y pasa a ser percibido como una amenaza latente (ciudadano vs enemigo). Esta transformación no distingue fronteras ni contextos, y se construyen narrativas en donde el migrante no es persona, es estadística criminal, el manifestante no ejerce su derecho, es un inadaptado, la libertad de expresión debe tener limitación. Lo que antes entendíamos como derechos, garantías y libertades ya no parecen tan claros y todo está bajo sospecha. La presunción de inocencia se vuelve una reliquia molesta.
La lógica del temor permite que las garantías procesales que alguna vez protegieron al individuo frente al Estado son reducidas o eliminadas sin mayor resistencia social, normalizando prácticas que antes habrían sido inaceptables. Bajo la promesa de seguridad, los Estados extienden su capacidad de control sobre la población, desdibujando la línea entre protección y abuso. El discurso dominante instala la idea de que estas acciones son necesarias, erosionando la democracia y la libertad.
La ciudadanía, atrapada entre el miedo al crimen y la polarización política, parece dispuesta a entregar sus libertades esenciales a cambio de una promesa de orden que, históricamente, nunca llega sin represión.
Este no es un simple ajuste político, estamos ante un cambio de época. El péndulo global que regresa hacia el autoritarismo con una naturalidad que debería horrorizarnos.
Europa vive este giro como un síntoma nuevo, una fiebre repentina. América Latina, en cambio, lo vive como una vieja herida que nunca cicatrizó. En países como Venezuela, Cuba, Nicaragua, el modelo de fuerza ya no es la excepción, sino la regla constitucional, son regímenes autoritarios, o con una inestabilidad total como Haití. Países como Perú, Bolivia, Honduras y El Salvador no alcanzan democracias plenas y el resto de naciones de nuestro hemisferio muestran sistemas democráticos defectuosos, según lo reportan los índices The Economist Democracy Index y Freedom House, evidenciando un dramático deterioro.
Por eso, la pregunta urgente no es si estamos ante la mayor regresión liberal desde la Guerra Fría. La pregunta que debemos hacernos frente al espejo es brutal: ¿Qué futuro tiene el Estado de Derecho global cuando sus supuestos guardianes, Europa y América, deciden al mismo tiempo que las garantías son un estorbo?
La respuesta no es jurídica, es histórica. Cuando los referentes democráticos retroceden, las periferias se hunden en el autoritarismo. Si Europa y América bajan la guardia juntas, el mundo entero se acomoda a un nuevo estándar, uno donde la libertad estorba, el debido proceso es un lujo innecesario y el poder -otra vez- se convierte en la única medida de todas las cosas.
La ONU ya encendió las alarmas, pero el ruido de la polarización no nos deja oírlas. El problema real no es el retroceso de las leyes, sino la anestesia moral de la sociedad. Porque cuando perdemos la capacidad de indignarnos frente al abuso, ya hemos perdido mucho más que la democracia, hemos perdido el instinto de supervivencia.
* Abogado Universidad Libre, especialista en instituciones jurídico-penales y criminología Universidad Nacional, Máster en Derechos Humanos y Democratización Universidad del Externado y Carlos III de Madrid, Diplomado en Inteligencia Artificial. Especialista en litigación estratégica ante altas cortes nacionales e internacionales. Profesor Universitario.


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