28 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

El Oasis de la vida

Por Luis Carlos Correa Restrepo 

Nota: Bueno, he regresado para el gusto de mis lectores. Estuve en vacaciones y tuve un pequeño accidente. Me caí y me golpeé el ojo derecho y quedé con visión doble pero ya estoy en capacidad de seguir. Espero mejorar todos los días un poco, todo para ustedes. Gracias.         

LOS ENAMORADOS 

Un cociente se enamoró de una incógnita. El cociente era producto de una familia de importantísimos polígonos. Ella, una simple incógnita de mezquina ecuación literal. ¡Oh! ¡qué tremenda desigualdad!, pero como todos saben, el amor no tiene límites y va del más infinito al menos infinito. Embargado el cociente la observó desde el vértice hasta la base, bajo todos los ángulos, agudos y obtusos. 

Era linda, una figura impar que se evidenciaba por mirada romboidal, boca trapezoidal y senos esféricos en un cuerpo cilíndrico de líneas sinusoidales. 

«Quién eres? » preguntó el cociente con una mirada radical. 

«Soy la raíz cuadrada de la suma de los cuadrados de los catetos, pero puedes llamarme hipotenusa», contestó ella con expresión algebráica de quien ama. 

Él hizo de su vida una paralela a la de ella, hasta que se encontraron en el infinito. Y se amaron hasta el cuadrado de la velocidad de la luz, dejando el sabor del momento y de la pasión, rectas y curvas en los jardines de la cuarta dimensión. 

Él la amaba y el recíproco era verdadero. Se adoraban con las mismas razones y proporciones en un intervalo abierto de la vida. 

Luego de tres cuadrantes, resolvieron casarse. 

Trazaron planes para el futuro y todos le desearon felicidad integral. 

Los padrinos fueron el vector y la bisectriz. 

Todo marchaba sobre ejes. El amor crecía en progresión geométrica. 

Cuando ella estaba en sus coordenadas positivas, concibió un par: al varón, en homenaje al padrino lo bautizaron vector; la niña una linda abscisa. Ella fue objeto de dos operaciones.     

Eran felices, hasta que un día todo se volvió una constante. Fue así que apareció otro. Si, otro. El máximo común divisor, un frecuentador de círculos viciosos. Lo mínimo que el máximo, ofreció de una magnitud absoluta. Ella se sintió impropia, pero amaba al máximo. Al saber de esta regla de tres, el cociente la llamó fracción ordinaria. 

Sintiéndose un denominador común, resolvió aplicar la solución trivial: un punto de discontinuidad. 

Si entendiste algo eres un intelectual. Si no lo entendiste perdiste tu tiempo en el colegio. 

Antioqueños pongámonos las pilas nos están destruyendo por todos los lados, ojo.

luischester1@hotmail.com