Por Oscar Domínguez G.
A unos les da por tirar piedra, pero a mí me dio por coleccionar nonagenarios familiares y/o amigos. Ingresa al exclusivo club Gabriel Duque Correa, a quien le escribí unas líneas:
Felicitaciones “por ser vos quien sois” a tus primeros noventa y dos años que cumpliste el cinco de julio. Cumples el mismo día que “el mínimo y dulce” Francisco de Así.
Tuviste en la Frau Marion Mildenberg, la bella, ya fallecida, a la mujer de tus insomnios. En asuntos amorosos, la serendipia se da cuando cuatro ojos que no se buscan, se encuentran. Coincidieron en el aeropuerto Olaya Herrera donde esperaban el avión que los llevaría a Bogotá. En Medellin, estaba de vacaciones. Tú visitabas a tu familia.
Fue tal la empatía que ese día casi le ponen fecha al matrimonio. Lo impidió el suegro que envió a su hija a Alemania a hacer un cursillo de ama de casa: HAUSWIRTSCHAFTSLEHRE (casa, economía, aprendizaje). La novia no sabía pegar un botón.
Cuando finalmente los unió la epístola de Pablo, tu joven esposa no quedaba embarazada. Lo impedía el estrés que le generaba tu oficio de piloto. Tuviste que renunciar a volar y llovieron cuatro petacones que los hicieron cinco veces abuelos. La palabra en alemán para estudios de ama de casa es: HAUSWIRTSCHAFTSLEHRE (casa, economía, aprendizaje).
Al momento del flechazo tenías la medalla de héroe otorgado por el gobierno de Estados Unidos por haber evitado una tragedia desviando al desierto el avión F-84 Thunderjet que piloteabas. El 23 de junio de 1956 el diario Intermedio – nombre de El Tiempo bajo la dictadura de Rojas- dio la noticia en primera página: “Un aviador colombiano se salvó de la muerte arrojándose en paracaídas de un avión a chorro que se le averió en pleno vuelo”.
Como piloto de la FAC llevabas a mi general Rojas Pinilla a su refugio en Melgar. Su esposa, doña Carola Correa, paisa como tú, te decía “pariente”.
A lo largo de tu travesía has conjugado verbos altruistas como servir, amar, crear empresas y generar empleo en el campo de los aceites y las margarinas. No te has aburrido un segundo.
Tu mano izquierda ignora en qué anda la derecha, siguiendo el mandato bíblico. Compartes a manos llenas lo que sabes y lo que tienes. Difícil encontrar a una persona más informada que tú, lector empedernido.
Convertiste la amistad en tic. Conversador de cinco estrellas y conservador moderado en tu ideología, nunca te graduaste de sectario. Has discrepado creativamente. Te has sentido a gusto con los de arriba y con los de abajo.
Te ganaste el rótulo de “bon vivant” de Fredonia, el terruño donde naciste de un tsunami de amor entre don Eléazar, mi suegro, y su primera esposa, Clara Corre, fallecida a. Con tus aviones hacías vuelos rasantes sobre Fredonia. “Ahí va el hijo de don Eleázar”, decían orgullosos los parroquianos. También sobre volabas Venecia, donde tu taita vivía con su segunda esposa, Fabiola Ochoa, de Aguadas, Caldas. Para ser equitativo, don Eleázar se las apañó para tener cuatro hijos en cada matrimonio: Mariela, Gabriel, Celina, Augusto, en el primer casorio, y Fabián, María Jesús, Clara y Gloria.
Practicas la enseñanza de Horacio: Carpe diem, y disfrutas cada segundo como si fuera el primero. Has regalado el pescado y has enseñado a pescar. Desde el Everest de tu edad, en tu refugio campestre de San Francisco, Cundinamarca, ennieteces sobregirado de vida.



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