La grave enfermedad que hoy sufre Colombia es la pérdida masiva de confianza que se está sintiendo en todos los estamentos. Precipitadamente el país ha ido perdiendo la confianza en el estado en sus instituciones, en sus dirigentes y en sí mismo. Hace tiempo ya que dejamos de creer en el Congreso. Al mismo tiempo perdimos la confianza en las leyes porque sabemos que hecha la ley, hecha la trampa. Pero también perdimos, y de manera veloz, la confianza en los administradores de justicia. El cartel de la toga, la propina al secretario del juzgado o las formas de evitar con pagos anticipados las violaciones al Código de Policía, nos han permitido comprobar que en la aplicación de justicia no podemos confiar. Y con ímpetu perdimos la confianza en la Fiscalía y en la Procuraduría y en quienes las representan. Y, desenfrenadamente, perdimos la confianza en los partidos políticos y en sus dirigentes. Y medio país perdió aceleradamente en los últimos meses la confianza que tenía en Uribe y de manera estruendosa el otro medio país perdió la confianza que poseía en Petro. Y ni que decir de la falta de confianza en el presidente de la república o en los medios de comunicación pactados para salvar la pauta.
Hemos perdido la confianza en el futuro y en el presente y la hemos perdido en las fuerzas militares, en la Policía y en la guerrilla. Y la perdimos en las Iglesias y en sus ministros pecadores o negociantes. Ya no confiamos en la ingeniería colombiana después de los 16 edificios enfermos o demolidos del Valle de Aburrá, o del chasco de Hidroituango o del puente acordeón de Hisgaura. Es una crisis casi total. La izquierda y la derecha lo han logrado al unísono. Pero de este marasmo podemos salir si entendemos que es la patria la que está enferma. ¿No habrá quién convoque una gran mesa de reconstrucción nacional para rehacer la confianza?
Suicidio
Como es mucho más fácil entretenerse con fórmulas sociales y disculpas amables que investigar las causas, ha existido un criterio generalizado en el mundo de no ir más allá en las razones que han llevado a los seres humanos a quitarse la vida. Partiendo de la premisa fundamental que no hay nadie más respetable que un suicida y que no podemos averiguarle las verdaderas razones a quien ya muerto no podrá explicarnos los motivos por los que se quitó la vida, muchas veces se ha preferido impedir los suicidios y todavía existen países en donde los códigos penales sancionan con cárcel perpetua a quien lo haya intentado.
Generalmente si el suicida deja una nota, (ahora último un video o un mensaje por redes), la investigación no la abren ni sus más cercanos y la razón expuesta se acepta como verdad, así sea una mentira más de las que tuvo que usar el suicida para resistir en vida. Cuando no dejan pista verificable, como en el novelesco caso de los Pizano, las hipótesis continúan y como de por medio hay una verdad muy importante que los muertos se llevaron, la especulación siempre aniquilará la verdad científica y no habrá poder humano que pueda acallar por mucho tiempo las teorías conspirativas.
Sin pretender ofender la memoria de tantos que en mi entorno familiar y amistoso prefirieron quitarse la vida, siempre he creído que los suicidas son los más grandes mamadores de gallo y que como nadie ha vuelto de más allá del agujero negro que nos tragará a todos, nadie podrá reclamarles por la broma eterna. Así se lo he dicho a muchos padres, hermanos y amantes desconsolados para que entiendan la necesidad que tenía su ser querido de decirnos adiós. Muy pocos lo han entendido, pero quienes creemos en el juego rocambolesco de la vida tenemos que seguir defendiendo esa tesis antes de que nos toque cometerlo y saber qué se siente suicidándose.
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